Le dijo, mediante gestos, que ya estaba lista. Él tomó el pincel y comenzó a intentar inmortalizarla. Le gustaba retratarla y verla desnuda. Creía que su piel revelaba el costado sentimental, frágil que tanto le costaba mostrar. Ante sus ojos, el desnudo era tan hermoso como simbólico. Mientras tanto, ella palabreaba sobre los hombres y la prisión que representan las relaciones sociales. “La libertad la entiendo como una construcción cotidiana, en la que se debate y pelea para ser uno día a día, pero distinto. La libertad está anclada en la reinvención de uno mismo”. Solía hacer eso, de estigmatizar al hombre por la presión social de encontrarse en permanente cambio para no volverse un eterno parásito, o una piedra. Y a veces acordaba, y algunas otras detestaba su reducir las relaciones a simples transacciones. Ella era pragmática, él siempre dejaba un poco de aire entre el suelo y sus pies.
Trazaba sus cantos con quisquillosa delicadeza y precisión, pues era su parte preferida. La había pintado una y mil veces, tras una y mil discusiones y reconciliaciones. Era difícil lidiar con quien creía saber y poderlo todo. Pero esas piernas. Esas piernas.
Había leído en algún lado que mejor que tener una musa es haberla perdido. Por eso guardaba una y mil pinturas. Ella posaba como si fuera su trabajo, con un tedio en su exhalar que habría matado todo a su paso. Afortunadamente, tenía la figura de quien vibra de pasión.
Intentar inmortalizarla era en vano. Ambos sabían que no duraría mucho más. Una mujer hermosa es aquella que recibe oxígeno y devuelve, así sea casi imperceptible, luz. Sus piernas eventualmente se pudrirían, y el trazo sería más tosco. Él cargaba con la culpa de comprender que ella no sería por mucho más. La dibujaba para alargarle la vida. “Una pincelada, un latido” pensaba. Quería que entendiera, pero no lograba hacerla flotar. Hervía de furia al no poder sacar la espada de la piedra. Le molestaba que ella, como figura, condicionara el fondo y no a la inversa. Porque su amor no había sido más que una transacción. Un acuerdo entre cielo y suelo que se había renovado una y mil veces y que, de no haber sido por esos cantos, se habría muerto hace cientos de cuadros.
- Pintar es mi dejar ir.
- Está bien, lo entiendo.
- ¿Si? Porque a veces creo que no te interesa y hasta te cansa ser mi aliento.
- Lo entiendo porque hay que canalizar, porque así es la vida. Porque vos creés que yo soy más que una chica parada acá, pensás que con algunos cuadritos vas a impedir que se me pudran las piernas, que no cambie nunca, impedir que deje de ser libre. Porque no querés entender que respirar no es más que inspirar y expirar.
Pasó un último pincel por su pelo y así, sin más, la vio convertirse en piedra.
Sos una máquina de hacer quedar mal a todas las pibitas y bien a la idea de pibita.
ResponderEliminarAlgo así como la utopiba. Gracias, bombón. :)
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