miércoles, 22 de mayo de 2013

Gracias, Luis.


Siempre quise preguntarte, Luis, qué opinás vos sobre el arrepentimiento. No sé, para mí tiene mala prensa. ¿Por qué hay que quemar el puente después de cruzarlo si del otro lado no estaba quien pensábamos que iba a estar? No, no voy a decir “lo que pensábamos…”, si siempre es un quién. Todo tiene un por quién.
¿Qué hay de malo en arrepentirse? Te lo pregunto porque creo que entendés. No a mí en particular, todo. Porque por donde pasás dejás una estela. Y no soy tan fanática, me parece. Es más, yo te conocí tarde. Nunca dije “El flaco”, por ejemplo. Para mí sos Luis.
  
Eso de irse en el momento justo, con la frente en alto, con dignidad. Como si la dignidad fuera gran cosa. Yo no me quiero ir, yo quiero agotar las posibilidades de quedarme y quedarme bien. La dignidad te la regalo, ahí está, juntá las partecitas que fui dejando y armate lo que quieras. Creo, Luis, que la dignidad está sobrevalorada. O que se confunde con el amor propio, qué se yo.
Arrepentirse y volver, volver a cruzar, como en tu canción, la conocida, sabés cuál te digo ¿no, Luis? La que volvés y nada más que el viento.

Una vez fui a un homenaje que te hicieron los de Conduciendo a Conciencia. Vos estabas, Luis. Ahí en Matienzo. Estabas volando entre tanta gente de pie. Claro, bueno, ese. Estuvo hermoso, lograron celebrar tu vida en vez de llorar tu muerte. ¿Te acordás de lo que dijo la chica que abrió el micrófono? “Tengo mucho para decir, así que voy a decir muy poco”. En ese momento me pareció una genialidad. Hacerlo simple. Comprimirlo. Hacerlo de fácil digestión. Pero hace unos días vengo pensando en que por ahí no. Bah, en realidad, todo a raíz de que le dije al chico que me gusta que me gusta. “Que me gusta que me gusta”, suena medio mal eso, pero en fin. Yo se lo quería decir, Luis. Le dije bastante: que me gusta, que hace un montón que me gusta y que no se aprovechara de eso. También le dije que me encanta que hable de pavadas sin vergüenza; como la otra vez, que me preguntó si era ‘metralladora’ o ‘ametralladora’. Y que me recomiende películas. Todo, no sé. Le dije mucho. Creo que yo no le gusto, pero no me molesta. Me hizo bien decírselo. Fue como una descarga. 

Luis, lo de “si no canto lo que siento…” ¿vos lo pensaste por un algo que te crece, que se alimenta, que fermenta, y finalmente te mata? Porque yo a veces me percibo así. Creo que pienso mucho, que le doy cuerda a cosas que me van a terminar matando. También por eso cambié de parecer sobre lo de decir muy poco. Si no, lo que no digo me hace eco, y me aturde. "La voz puede decir una sola nota a la vez, pero la cabeza es polifónica". Sí, claro, cuando vos lo ponés así suena lindo, pero cuando pasa es una cagada.

Creo, Luis, que nunca hay que quemar el puente. Porque ¿qué si el otro quiere cruzar? Quemar el puente es clavarle mil puñaladas a la oportunidad y llorar en su velorio. No tiene sentido. 
Hay que decir. Decir construye el puente, cada palabra es una maderita. Con decir lo vamos cruzando. Sí, ya sé Luis, decírselo a alguien. Si no tenemos un alguien, no hay puente, y las maderitas se te apilan en la cabeza y te astillan las paredes.

Qué ganas de abrazarte tengo, Luis. Qué ganas de que tu estela se materialice. Queda, por lo menos, tu canción. Como si fuera poco.







viernes, 10 de mayo de 2013

Te estoy mirando.


“Abrí su ventanita. Pensé 32, 33 segundos. Pensé en todo lo que le quería decir y no sabía cómo. Me acordé de su mueca antes de reír, frunciendo los labios; del día que intenté cocinarle y se me quemó todo, y de los besos lindos que me había dado. Lloré un poco, ahí, frente a la computadora. Un poco nada más. Casi nada. ‘Tengo ganas de cagarte a mensajes, de que nos quedemos idayvuelteando hasta las mil y una, manijeándonos, diciéndonos cualquier cosa.’ escribí. Así, sin hola, sin nada. Y borré.”

Y mientras me contás esto, yo te miro. Te estoy mirando y seguro te cague a trompadas en cualquier momento, un poco porque me estás partiendo en dos y otro poco porque no sé qué hacer para tocarte, sentirte. Y vos me decís que te hago bien, como si fuera un halago. Me estás tratando de morfina.
   Me gusta que me necesites, sí, pero necesítame de otra forma. Necesitame como yo a vos. Enfermate conmigo. Flasheá sarpado y cualquiera.

“Me puso nervioso verla conectada. Pero si se desconecta me muero. Maquino con que volvió con el ex, que se fueron a vivir juntos, todo.”

No paro de mirarte. Te escucho y todo, pero por los ojos. Este año, cuando me toque soplar las velitas, voy a pedir que te vuelvas loco como yo, y conmigo, así te puedo contar la cantidad de veces que te imaginé diciéndome “quedate a dormir”, o cómo no te dejaría terminar de hablar y te daría besos de sopetón. Qué buena palabra sopetón. Podría mostrarte, también, mi lista de palabras preferidas.
    Me gustás tanto que me agota, siempre lo pienso. Una vez dijiste “si te podés divertir pensando, ya ganaste.” Estábamos borrachos, nos pusimos existencialistas. No tiene nada que ver, pero siempre me resuena esa frase.
Cómo me gustás, hijo de puta.

“¿Estoy exagerando? Posta decime. Es que no puedo no engancharme, te juro. A veces me engancho porque sí, porque de algo hay que vivir.”

No Facundo, no estás exagerando. Estás dando en la tecla. Vos entendés. No te hacés el liviano, el relajado, el poeta. Sos un pibe que está en buenos términos con sus incertidumbres, con lo que lo altera. ¿Sabés lo difícil que es eso? Pero qué querés que haga. Volvé a abrir esa ventanita de mierda y decile lo que le querés decir. Yo me estoy tragando todo esto y siento que en cualquier momento voy a vomitar. Y voy a apuntar, muy a propósito, a tu puta computadora. Y así quizá entiendas lo enferma que estoy. Y, si de verdad entendés, me mires como yo te estoy mirando y te quieras enfermar conmigo. Dale, te prometo que nos voy a cuidar. 


-No, de una, hablale. Le va a gustar saber que estás loco por ella.