Me
falta el olor de tu cuello porque estás durmiendo de costado, dándome la
espalda, mirando para allá. Yo pienso, mientras tanto, en cuánto tiempo pasará
antes de que dejemos de elegirnos. Un instante, porque en cualquier momento va
a sonar tu alarma y vas a empezar a vestirte, luciendo ojeras para que todo el
mundo sepa que dormiste poco.
Me
pregunto si estaré bien o querré mudarme de cuerpo, o si terminaré saltando de
cama en cama, como en un recorrido de obstáculos, con los ojos en la meta y la
cabeza en descifrarla. Si gastaré el teclado recordándote, o cuántas copas de
vino me llevará cambiar de tema. Y cuántas retomarlo. Quizá me ponga
contemplativa y pase mucho tiempo en el balcón. Aunque no creo, me dan miedo
las alturas.
Tal
vez te escriba un mail, largo o no tanto, contándote que algo en mí se murió cuando
te fuiste. Que perdí peso, que al final no me voy a teñir, que estoy fea. Que
no puedo pensar en otra persona porque cuando el corazón está roto, ninguna
margarita tiene pétalos. Que extraño el olor de tu cuello y que igual, cada
tanto, me asomo por la ventana y veo que el olmo tiene alguna pera. O algo así. Viste
que yo soy de combinar banalidades con la más trillada cursilería. Si estuvieses
despierto, me dirías que eso es redundante.
Canciones
tristes, muchas. Muchísimas, repitiéndose mil veces. Más duele, más me gusta.
Quiere decir que todavía puedo y sé sentir. ¿A las cuántas canciones te
volverías parte del pasado?
Te
toco la espalda. Son caricias suaves para darme cuenta de que estás durmiendo
al lado mío. Quiero que te despiertes pero no quiero despertarte. Esta espera
me hace pensar, me agudiza los sentidos, y las canciones suenan más fuerte y el
balcón está más alto. Te toco porque acá arriba hace frío. Te toco para
sostenerme.
Yo
creo que me mentiría, me convencería de que la soledad se elige y, cuando uno
sabe domarla, en esa elección está la libertad. Pero no, me pudro por dentro.
Me muero. Quiero hablarte, besarte, sentirte. Intento entender, mientras dormís
acá al lado y nos separamos, que a la altura se le teme más por distancia que
por altura. Y quizá entre lágrimas ponga un pie en el aire y elija tirarme.
Porque después de todo, la muerte es liberadora.
Siento
el viento hacerme cosquillas en la planta y los dedos. ¿Cómo hiciste para dejar
de quererme, mi amor? Suelto la copa y, con los ojos cerrados, la escucho caer,
ansiando que ese estallido de vidrio te despierte, porque pensar
me está empujando. El vino coquetea con el aire mientras yo te acaricio un poco
más fuerte, es que esta espera se está volviendo vertiginosa. Inhalo, como tratando de quedarme con todo tu olor, y voy.
Pero
entonces suena tu alarma, el instante se termina y te das vuelta, nos miramos y estamos
juntos. La copa nunca se oyó, porque a veces lloramos sabiendo que, si perdemos el equilibrio, la soga se
mueve o apoyamos mal un pie, de la caída nos salva un abrazo.
Ay :'(
ResponderEliminarNo, :')
Eliminarya sos la segunda que leo que escribe cosas asi, estamos todas iguales parece!
ResponderEliminarestamos todas hasta las manos de amor.
EliminarEsto es hermoso. Si, estoy leyendo algunas "entradas antiguas", y me alegro de haberlo encontrado
ResponderEliminarAmo las lecturas a destiempo. Gracias!
EliminarQuiero abrazar muy fuerte a este texto.
ResponderEliminarMuchas gracias! Qué linda.
Eliminar(...)"a veces lloramos sabiendo que, si perdemos el equilibrio, la soga se mueve o apoyamos mal un pie, de la caída nos salva un abrazo."
ResponderEliminarOjalá siempre tengas un abrazo que te salve para que puedas seguir escribiendo cosas tan lindas como esta.
Sos increíble, gracias.
Maravilloso, texto. Qué bien escribís. Te felicito
ResponderEliminarMucas gracias Ana :)
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