miércoles, 16 de mayo de 2012

Nos fuimos


Qué raro resulta, ¿no? Pensar que en algún momento nos vamos. Caminamos y ni siquiera duele pisar, pero cada pasito va cortando. Perdón, quise decir acortando. Todo en orden. Mente y espíritu están en eje, como siempre (o no alineados, como siempre).

Deporte, para la vida sana. Rutina, para no confundir la cabeza. Llorar, porque es gratis. Abrigarnos, porque lo dice mamá.  Con todo esto a cuestas andamos en círculo, alrededor de un vacío. Como el que hay en la fábrica de chocolate de Willy Wonka, en que la nena se tira a buscar una ardilla.

Los actores dicen todo el tiempo que la muerte es la actuación más difícil de interpretar, porque nunca la vivieron.  Es verdad, ¿qué se sentirá morir? Ni idea.  Lo que te puedo contar es qué se siente la ausencia eterna de otro. Puta que duele. Hay otras que no necesariamente sufro, pero ahí están. O bueno, no están.

Cuando no pensamos en lo efímero de nuestro pasar por acá, sobra tiempo. Un montón. Raro que a veces quisiéramos comprar minutos para terminar tal o cual quehacer.

Es inútil el intento de pensar algo como propio. Nosotros seguimos de largo y con nuestro ‘Chau’ se vence el contrato de alquiler. De todo. Si esto hiere susceptibilidades liberales sobre la propiedad privada, estas flashiando cualquiera. Si no, estoy mal yo.

Nada nace sin morir. Ni siquiera el arte, la música o todo el resto de cosas intangibles, absolutistas e inexplicables que se les puedan ocurrir. Si todo es arte, o nada es arte (es la misma gansada), no existe la vanguardia ni los movimientos divergentes; porque no se puede romper con la nada ni con el todo.

¿Nada se inventa entonces? ¿Todo se recicla? (Jorge Drexler parafraseado). Y… yo te diría que no y sí, respectivamente. Hasta una idea que nace en oposición a otra no es una idea propia. Es, justamente, la primera patas pa’ arriba. Seguro que eventualmente las dos mueren pisadas por un Transformer existencialista igual, casi como el que estoy engendrando en este post.

La muerte que más me gusta es la de los amores pasajeros –nunca mejor dicho – de los medios de transporte. Esos amores mueren a cada rato, sin siquiera haber nacido.

Siempre pienso también en cómo nos mintieron los que decidieron patear el tablero. Suicidio y rendición, ambas. ¿Tan poco hay por qué vivir?  Estamos haciendo las cosas como el orto entonces.

Por otro lado, la más linda de las mentiras es la escucha. Siempre prevalece la voluntad de querer expresarse por sobre la de querer interpretar. Así que dale, hablá que yo espero a que termines de mover los labios. Mientras ordeno lo que quiero decirte. Raramente escuchamos tratando de entender. Por ahí esto es lo que hacemos mal. Por ahí esto me cuesta la carrera. No, pará, no vas a Harvard. Todo bien.
Pocas cosas me ponen los pelos tan de punta como creer en el destino. Qué, no construyo nada yo? Sólo lo recorro? Quiero un poco más de crédito, che.
Por ahí el destino sí está escrito, pero se siente muy bien no entenderle la letra.

Las muertes las sentimos como efervescencias cíclicas. Explotan fuerte al principio, después se adormecen, después aparece devuelta un poco de espuma y ruido. Y así, asá. Las muertes son un volcán.

Unas preguntirijillas:

-       ¿Por qué no tenemos tiempo, nunca, NUNCA de nada?

-       ¿Si pudieran comprar tiempo, para qué lo usarían?

-       ¿Qué se inventó? Porque si existe el concepto para algo se aplica…

-       ¿Qué tan cualquiera es decir que “las muertes son un volcán”?

-       ¿Te estás por tajar las venas, Julieta? Hay una pista en la esquina inferior derecha.













                                                            ˙ɐɯɐɹp |ә ɐʇsnƃ әɯ oɹәd 'ou