A veces, cuando estás lejos, escribo cosas. Te
escribo cosas. Algunas que no te mando nunca, o las leo y cambio un poquito
para que sí. Tengo un montón de borradores en la carpeta de Borradores.
Cosas que posiblemente no salgan de ahí. En fin, cosas.
Hoy caminé hasta el subte en vez de
ir a tomarme el colectivo. Son 4 cuadras extra, pero estuvo lindo. Más tiempo y
movimiento para pensar en vos. Vos sobre música y personas que me pasan por los
costados y yo, dependiendo de qué canción esté escuchando, siento que voy más
rápido o más lento que ellos. Me acuerdo de Seaside, que es de "una bandita que
ahora es famosa pero en 10 años no la ubica nadie”. Entonces me estaba moviendo
lento. Si la escucharas, entenderías. Y si me decido a mandarte esto, te la voy
a pasar.
Hay
cosas que parecen pavadas. Como quién ceba el mate, la diferencia entre manga
tres cuartos y manga larga, o qué canción viene después de la que está sonando
ahora. O 4 cuadras. Pero uno cambia en esas cosas. Crece, se achica, llora, aprieta,
retiene, repite, deja ir.
En ese pensar en vos, caminando
lento, más lento que el resto y escuchando música, supe que iba a ser un día
de lo más corriente. Llegaría al trabajo, saludaría a mi jefa y a Hugo, que
estaría tomando mate. Hugo diría algo que no alcanzaría a escuchar porque habla
terriblemente bajito y ya, al tercer “¿qué?”, dejaría de preguntar. Pasaría por
el resto de los escritorios y volvería a sentarme acá, al mío, frente a esta computadora.
Quizá sea de cobarde, de tímida, o
no sé de qué, pero me alivia pensar en que el día será todo lo común que puede.
Yo creo que es porque, dentro de lo estables, estáticos que son mis días,
encuentro el movimiento en cosas chiquitas, que no ofrezcan muchos sobresaltos,
e intento agrandarlas. Como un abrazo tuyo. Algo sencillo, un brazo que me
envuelve por la derecha y otro por la izquierda. Y a veces, si es de noche y a
falta de música y personas, nos escuchamos respirar. Son cosas así las que tomo
para tenerte cuando estás lejos. Te pienso mientras camino. Hago 4 cuadras de
más, y después escribo.
En tu abrazo hay olor a menta,
porque recién volvés de lavarte los dientes. Y apenas nos acostamos, me intriga saber si tenés los ojos cerrados o abiertos. A veces hasta te lo
pregunto. Bueno “hasta”, ni que fuera gran cosa. Pero es una cosa. Y es
importante, como todas. Es que ahí, cuando abro la boca, rompo el silencio en
el que me abrazás, y me arriesgo a romper todo el resto porque, como no hay
nada más que nosotros respirando, el silencio es lo que nos sostiene.
Aunque yo estoy acá y vos allá, y
sólo te estoy escribiendo esto, y quizá ni siquiera te lo mande, sé que ahora nos
queda una noche de estar abrazados por delante. Para después despertarnos,
abrir las persianas, que vos quieras levantarte a hacer mate y yo intente
retenerte, apretados, hasta dejarte ir.
No
sé, son cosas que pienso cuando estás lejos. Mientras camino, y me doy cuenta
de que debería haberme puesto la remera con manga tres cuartos, porque estoy
teniendo un poco de calor. O cómo ahora, que suena esta otra canción, te
extraño. O que alguien que te cebe el mate es mucho pedir. Pero, como con el
resto de las cosas, hay que soñar en grande, e ir creciendo ahí adentro.
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