miércoles, 2 de noviembre de 2011

Yo quiero mi pedazo.

Se interesó de veras cuando reconoció la materia, la perfección maniática del detalle; de golpe fue a la inversa, una impresión de estar viendo cuadros basados en fotografías…” El amigo Cortázar escribe esto en Fin de Etapa, y yo me lo traje como puntapié para lo que sigue.
Me mostré muchas veces en contra de lo que hoy llaman fotografía. Ese fondo desenfocado con frente nítido encerrado en "ojo de pez" que no pretender ser más que estética. Cansa un poco, por lo menos a mí, la imagen que no dice nada, pero que aún así llama por lo linda. Me atrevo a decir entonces que hoy la fotografía es una rubia hueca, pero con altas gomas.
Las fotos son partículas inconexas de realidad, son ese pedacito de esa situación que no queremos olvidar y necesitamos retener en lo empírico. Es miedo a que el recuerdo se esfume o es una actualización en el newsfeed que grita: “Mirá, mirá, sé acentuar colores!”?  Habrá de todos los casos supongo.
Sobre su intervención, voy a poner sobre la mesa a the one and only: Umberto. En La Cháchara Deportiva, del libro La estrategia de la Ilusión, Eco propone algo por demás interesante: El deporte por sí mismo ha dejado de existir. Prevalece sólo por motivos económicos y se sostiene a partir de la cháchara deportiva. Este último concepto refiere a una cadena que resta el significado y la virtud original al deporte. Es el comentario que se hace sobre el comentario anterior, que se basó a su vez en comentarios previos. Así, el deporte cede su protagonismo al piripipí verbal. Ustedes lo joden y dicen que es poco serio, pero el que mejor lo entendió sin dudas fue Fantino.
Ahora, en las fotos se da el mismo ‘deshacer’ de origen a resultado final. Uno toma una fotografía, la pone en blanco y negro porque es más cool, le retoca el fondo para que el negro quede un poco más saturado, deja sólo el extremo inferior derecho en color, hay personas por la mitad, y finalmente revienta la imagen con un granulado.
Cháchara fotográfica? Ciertamente. Ya no importa qué fue lo que se capturó, ese momento que valió lo suficiente como para querer tenerlo de por vida. Tuvo tantas intervenciones que lo que pasó a ser importante es cómo quedó. Somos junkies de la estética. Mismo los observadores. A la cita me remito, nos detenemos ante lo espectacular, no ante lo real.
Ojo, sé que no resisto archivo. Me encanta sacar fotos con sombras y efectos copados. No hay nada de malo en querer que algo se vea lo más lindo que puede verse, es explotar su potencial. Pero si lo que queremos atesorar es ese pedazo de realidad, tengo que objetar contra la distorsión!
Siempre fui militante de que la espontaneidad garpa más que la elaboración (o en este caso, producción). Es irónico, porque escribo esto y lo releo una y otra vez hasta que quede “bien”, pero bueno, se sabe que lo más difícil de una buena idea es implementarla.
Acá aprendí lo que es la lomografía, una marca y corriente que se afirma frente a lo espontáneo e instantáneo de la captura. Postula también que la producción embellece la realidad, insinuando así que ésta última requiere de retoques aquí o allá.        
Otro de los grandes problemas que le encuentro a la fotografía, una dicotomía imposible de resolver es que cuando clickeamos para inmortalizar el momento, estamos perdiéndonos de experimentarlo de verdad. Ya de por sí estás sacándole al ratito ese lo que lo hizo valioso, su dinámica.
Seamos coherentes con las pasiones que tenemos. Si decís que te gusta la fotografía y tus fotos son casi un cuadro impresionista, entonces te gusta el diseño de la imagen. Pensá en todos los ojos pre-tecnológicos del siglo XIX que sólo podían ver las cosas una vez. Todo era irreproducible.
Y ordená tus prioridades: o realidad o estética.