lunes, 29 de agosto de 2011

La felicidad como mandato social.

Qué se yo si soy feliz, no me gusta que me lo pregunten. Es una presión terrible la de ser feliz, y no hay peor que cuando te empiezan a enumerar lo bueno que tenés: “Tu familia, tus amigos, estudias lo que te gusta, vivís bien, no te falta nada” sí máquina, todo eso ya lo sé.
Y si hubo un tiempo pasado en el que me sentí más plena que ahora? Quiere decir que hoy no soy feliz?...
Hubo un profesor que explicó el eudemonismo en el que estamos todos con “la prueba del sugus”. Consistía en preguntarle a un hombre si era felíz; a lo que él, sintiéndose tal, respondía afirmativamente. Acto inmediato se le ofrecía un sugus, y lo aceptaba. Pero entonces no eras feliz por completo, se deducía a posteriori. Así se extrajo la definición de felicidad como el máximo estado de bienestar.
“Qué me falta para ser feliz? El sugus de qué color? O por ahí es esto la felicidad… Wow, está bastante sobrevaluada.” Pienso a veces.
En realidad creo que es cuestión de asumir que la felicidad son momentos. Si fuera un estado constante, no sería tan valiosa su llegada. El mambo está en que la mayoría de las veces esos momentos nos pasan desapercibidos.
También ayuda entender que nunca se tiene todo lo que se quiere, y aprender a querer todo lo que se tiene.
Utópico, no?

PD: Quizás parece que estoy al borde del suicido. Hold your horses! No todavía.
PD2: Por favor abstenerse de comentarios como “te falta una buena cogida”.  Ya lo sé ;)