martes, 15 de enero de 2013

Necesito no necesitarte.

Quiero terminar con vos y no tengo los huevos para hacerlo de frente, Carla. No puedo más. De verdad. Estoy al borde de la explosión todo el tiempo. A veces por nervios, a veces por bronca, a veces por calentura, y ya muy pocas por amor.

Sos increíble, eso no lo discuto. Pero sos demasiado. Vivís con una pasión que es demencial, Carla, y al principio yo estaba embobado con eso. Estás loca, loquísima, y me encanta. Pero es insostenible.

Creo que necesito paz. Ya sé, vos odias eso. Me acuerdo que la primera vez que cogimos me dijiste “Hagamos el amor…y un poco la guerra”, y yo no podía creer la mina que tenía encima. Pero necesito abrazarte, y sentir que te rendís con mis besos en el cuello. Vos, en cambio, te das vuelta y me empezás a morder. Nunca me quejé. Porque vamos, cómo me voy a quejar de que una mujer tan hermosa como vos me muerda.

Ya nos matamos mil veces. Nuestra relación es una mierda, Carla. Una mierda. Pero seguimos juntos porque nos amamos. Pero no es suficiente. Pero sí. Pero no. Ya no. Y yo sé que no voy a encontrar a ninguna mujer como vos. Porque sos increíble. Porque sos interesante. Porque estás más loca que cualquiera. Pero no puedo más, Carla. De verdad.

Y también sé que me vas a decir que sufrir por amor te hace sentir viva, y que enamorarse es violento porque así tiene que ser. Porque sí. Porque es así. Porque el amor lo vale. Y así como vale, cuesta. Es que para mí no. No quiero sonar escapista. Me conocés. Pero yo quiero disfrutar cada minuto de tenerte. Quiero que nos peleemos y terminemos riéndonos de las boludeces que nos dijimos. Quiero, no, necesito que me dejes acariciarte. Quiero que a veces bajes acá conmigo y veas que, aunque el suelo es aburrido, el cielo es de pretenciosos. Y que saltemos juntos, de vez en cuando, para sentir los dos lugares. Juntos Carla.

Vos estás siempre allá. Sobreexpuesta. Como si fueras un gigante (un gigante de lo más lindo, está clarísimo). Te llevás el mundo por delante y lo conquistás. Como conmigo. Como con mi mundo. A veces me dan ganas de dispararte para que te caigas. Para verte débil y poder salvarte. Otras veces siento que me reducís.

Y no entendés lo que me cuesta saber que te estoy soltando. Que ya no voy a agarrar esa cinturita divina, ni sentir tus uñas pintadas de todos colores clavadas en mi espalda. O que no te voy a ver pasear en bombacha por casa, tratando de encontrar un cenicero o algo que pueda reemplazarlo.

Sos lo que más quiero en la vida, te lo juro Carla. Pero no lo que más necesito. Eso me pasa.

Me acuerdo de una tarde en La Paloma hace dos veranos, que yo estaba dormitando mientras vos fumabas y leías. Y me leíste, entre secas, un fragmento de tu libro. Como si no hubieses advertido que yo deambulaba entre vigilia y sueño. O no te importó, no sé. Ay, Carla. Cómo me gusta que leas. Me encanta. Es parte de lo que te hace ser demasiado. En fin, largaste el humo y dijiste: "Nada dura más allá del tiempo que se le ha otorgado. Y creo que, instintivamente, sabemos cuál es la duración." Yo sé que nosotros nos pudrimos hace rato. Lo sé. Por lo menos como "nosotros". Pero nunca me quise soltar de este árbol de mierda. Porque nos amamos. Y hoy me caí. Ya no sirvo para nada. No sirvo para nosotros.  


Quisiera saber articular cielo y suelo. Y deseo y necesidad. Restándole lo formal y agregándole un millón de carcajadas.
Pero no sé. Y creo que vos, Carla, no me lo podés enseñar. Y no sabés cuánto lo lamento.

miércoles, 9 de enero de 2013

Las cosas importantes.


Les pedí a mis amigas que no me hablaran de vos. Les pedí que no me contaran si se enteraban que salías con alguien. Les pedí que no me dijeran si estabas acá o de vacaciones. Todo esto esperando que algo se les escapara.
Así supe que habías cortado (y en efecto que habías estado de novio), que estabas acá, y que no habías preguntado por mí. Está bien, no tenés por qué. Pero quisiera saber si sonreís cuando me pensás, o cuando ves mi nombre en algún lado. Porque a mí me pasa. Con tu frente con forma de corazón, por ejemplo. O tu ombligo para afuera. Con tu respiración ruidosa cuando dormís. Con las cosas importantes, bah.

Les pedí a mis amigas que no fuéramos a ningún lugar donde pudieras estar, anhelando que un cambio de planes de último momento me hiciera encontrarte. Imaginé toda la situación. Vos las verías y lógicamente intentarías irte, y en tu apuro me chocarías.
"Ay, estás más colorada que nunca" me dirías, y yo me reiría y te abrazaría muy fuerte, como descargando muchos abrazos en uno; en parte por haberte extrañado tanto y en parte porque adoro tus onomatopeyas.

También sonrío pensando en la primera vez que nos besamos. Chocamos dientes, ¿te acordás? Fue raro, pero raro lindo. Y la primera vez que intentamos tocarnos, que yo me puse un poco nerviosa y vos me acariciaste la espalda hasta quedarnos dormidos. Me acuerdo, creo yo, de las cosas importantes.

Y una noche fuimos al cine, pedimos pochoclos salados que al tiempo confesaste odiar; y yo te pregunté por qué los habías pedido entonces. No me dijiste nada, te reíste y me diste un beso. Y esa noche nos tocamos sin nervios, sin vergüenza. Como todas las noches que le siguieron.

Les pedí a mis amigas que no me dijeran nada, porque aunque me intrigue (mucho) saber de vos, me alcanza con acordarme de las cosas importantes.