lunes, 22 de abril de 2013

Empapados. Digo, empatados.


(No, no me pasó. Pero.)


-          Ey, hola, ¿cómo estás?
-          Hola, Julieta
  Bien, ¿vos?
-       Bien también.
-       Me alegro. Leí lo último que escribiste. Me gustó mucho.
-       Gracias, me encanta que me leas.
     Te quiero preguntar algo.
-       Soy todo ojos.
-       Ya no me tenés ganás, ¿no? Queda re goma esto, pero antes hablábamos y sentía que eventualmente nos íbamos a juntar, qué sé yo. Un poco me había hecho la idea de garchar con vos.
-       Por qué mejor no dejamos esta conversación para cuando nos veamos.
-       Necesito que no estemos hablando y pensar una respuesta para eso que no me deje ni muy puta ni muy pelotuda.
-       Dale. Te espero.
-       No, bueno, fue, te la mando en otro momento. ¿Nos vamos a ver, entonces?
-       Si vos querés, sí.
-       Si otra persona leyera esto, pensaría que estoy entregadísima, y que a vos te consta. Tenés mucho poder y eso me está molestando.
-       Si la vas a jugar de putita, bancatelá. Que para histeriquear está todo el resto. Pero vos no. Vos sabés que no y yo también.
-       Exacto. Nada de histeriqueo. Pero tampoco me hagas un favor. Garchame porque querés garcharme, no porque yo quiero y, buen, vos estás con ganas de ponerla. Quiero que tengas ganas de ponérmela a mí.
-       Si estás tratando de dar vuelta el partido, vas pésimo, eh. Dale, Julieta, ¿hace cuánto que no nos conocemos?
-       Hace mucho. Bueno, esta soy yo intentando jaquematear la situación, ahí va: 
Nos encontraríamos en el subte, los dos parados, en diagonal, como a 6 pasos. Yo estaría escuchando música y vos te acercarías y la cosa iría algo así:

Vos: Hola, ¿qué estás escuchando?
Yo: …Hola. Ah, no, nada, un cover de Té para tres que hacen Jor-
Vos: (interrumpís) Sí, lo conozco. No tenés ni idea de quién soy, ¿no?
Yo: Sé quién sos. Pero hasta que no cumplas con lo pactado no me pienso dar por aludida.

-          Ahí, bueno, pasaría lo que ya sabemos.
-          Por ahora caminás por la vereda empalagosa de la que se hace la que no pero sí. Los hombres vamos por la de enfrente, no queremos quedar pegados en esa. Pero dale, seguí.
-          Callate. Dejame seguir.
-          Epa.
-          Bueno, charlaríamos durante 4 estaciones. Yo sonreiría mucho haciéndome la linda. Vos estás re suelto, no sé cómo hacés.
-          Contala en presente, me gusta más.
-          Voy a miti-mitear. Sigo. En la quinta finalmente me das un beso. Re lindo, o sea, como canalizando las ganas que nos tenemos hace bocha, pero también como si nos quisiéramos. Esos besos son genialísimos.
-          ¿Por qué no te lo di antes? Cómo se nota que no me conocés, yo te lo habría dado a la media estación.
-          Bueno, no, me lo diste a la quinta. Si querés darme un beso antes, armá un partido, presentate a elecciones y ganá, puto.
-          Copiado. ¿Tenemos para mucho en el subte? Porque siento que el yo que no soy yo pero soy yo se está cogiendo encima.
-          Pará, lector precoz, dejame llegar a esa parte.
-          Dale, seguí mientras busco papel para limpiarme. Los ojos.
-          Cuestión que nos estamos re coqueteando. Yo miro para abajo y vos como que me atajás la cabeza con la boca. No sé si se entiende, pero como que bajás y me agarrás la cara en el descenso y me das un beso. Lo hacés siempre que bajo la cabeza. Es mucho más lindo de lo que suena ahora.


-          Ah, ¿estás haciendo una pausa para que comente? PUES NO.
-          Jajaja salame. Sigo. A mí ya me gustarías para ese momento. Entonces cuando me decís de ir a tu casa, yo te digo que sí. Ninguno se ocupa ni se preocupa de avisar nada en su trabajo. Pegamos la vuelta como dos desempleados o como dos dueños de. En el camino nos besamos un montón. Porque a vos te gusta que te vean, como a mí.
-          Es verdad, me gusta.
-          Por eso. Cuando llegamos a tu casa, yo me pongo un poco incómoda, me empieza a caer la ficha de que sí, que estoy ahí y que vamos a coger. Entonces, como toda mujer cuando está incómoda y no tiene un vaso para tomar un traguito, voy al baño. Vos me esperarías afuera y apenas saliera me chaparías contra la pared. Eso me relajaría un montón. Después me preguntarías si quiero tomar algo. Yo diría que agua porque es obvio que tenés agua, pero en realidad tengo ganas de Sprite.
-          También tendría Sprite.
-          Bueno, pero eso yo no lo sé. Me traerías el vaso y otro para vos. Y nos quedaríamos los dos parados, en el pasillo, tomando. Raro. Yo no me fui a sentar a ningún lado, no sé, me quedé parada ahí en la puerta del baño, cualquiera.
-          Jajaja, eso te hace tierna. Dale, seguí, que estamos empapados. Digo empatados. (paréntesis –y redundancia sintáctica- lo que estamos tardando en coger no lo puedo creer. Cierro paréntesis)
-          BUENO CALMATE, SI NO NO COGEMOS NADA.
-          BUENO, ME CALMO. PERO DALE.
-          Vos me agarrarías la mano y me empujarías/llevarías hacia vos. Obviamente, chapamos. Caminamos para atrás hasta tu cuarto mientras chapamos. Yo te estoy abrazando con el vaso en la mano y por eso te mojo sin querer un poco la remera. Pienso en decirte con voz de puta “ay, te la vas a tener que sacar”, pero no, no me animo. Aparte voy a quedar re pelotuda. No, ni a palos. Agarrás mi vaso, y lo apoyás con el tuyo en la mesa de luz. Yo sigo parada y vos me decís “Te quedás como en pausa, ¿viste? Vení acá” y me tirás a la cama pero no te tirás encima mío, te quedás besándome al costado, como que sólo tu pecho está encima mío. Nos vamos sacando la ropa. La luz está apagada pero es de día, así que da igual. Nos vemos con rayitas, porque tenés la persiana mal cerrada. O sea, cerrada, pero no apoyada una maderita arriba de la otra. En un momento yo estoy en bombacha y vos en pantalón. Trato de desabotonarte pero no puedo, no sé por qué. Entonces nos damos vuelta y cuando estoy arriba puedo y te lo saco. Y ahora recién estamos empapados, digo empatados.
-          No, ahora vas ganando. Dale, seguí.
-          Ah, ¿voy ganando? Buenísimo, entonces me salteo mi parte y voy directo a vos. Me caminarías por todo el cuerpo con la boca, hasta sentir que mi panza se tensa y los dedos del pie se me despegan uno de otro. Mientras tanto, yo te miro y vos me mirás, los dos con rayitas. Cogemos. Muy bien cogemos. Bah, creo, no sé, obvio que no te preguntaría. Pero sí, muy bien.
-          Sí, cogimos muy bien.
-          Bárbaro. Vos me abrazarías de atrás, como haciéndome cucharita pero odio esa expresión así que no, no me harías cucharita, me abrazarías de atrás. Yo quiero que juegues con mi pelo, me encanta eso. Pero vos me hacés mimos en la parte de abajo de la panza, un poco en el culo, por ahí. No subís, no me tocás el pelo, no me tocás un teta. En un momento parás y medio que nos dormimos. Dormitamos, porque ninguno de los dos se duerme del todo. Al ratito me das besos en el cuello, y me encanta. Todo está bien en ese momento. La manta, el abrazo, los besos, las rayitas, todo.
-          Es un re lindo momento, ¿no?
-          Re. Después vos te parás y te vas. Yo me quedo, pensando que fuiste al baño, pero tardás un tiempo entonces me levanto. Estás en la cocina.

Vos: Uh, te levantaste. Estaba cocinando algo, porque no comimos.
Yo: Sí, me levanté. Dale, vos cociná y yo trato de desconcentrarte.

-         Ahí,me pongo atrás tuyo mientras revolvés no sé qué (no es importante), y te empiezo a dar besos en la espalda mientras te toco la panza, y voy bajando hasta el calzoncillo. Ah, vos estás en calzoncillo, yo en bombacha.
-          Me gusta que no me dejes cocinar.
-          A mí me gusta no dejarte. Bueno, te estoy dando besos y tocando, entonces te rendís (ahora gané) y te das vuelta y me das un beso. Me abrazás y me apretás contra vos desde el culo. Ahí yo me río. Me encanta reírme en medio de un beso. Vos también te reís. Apagás las hornallas. “Comemos más tarde” me decís.
-          Pará, tengo una pregunta.
-          Dale.
-          ¿Qué tenés que hacer desde ahora hasta mañana a la tarcecita? 

jueves, 11 de abril de 2013

Ana.

Es morocha, de pelo lacio y por debajo de las axilas, como por arriba de las tetas, masomenos. Cuando se ríe, se le hacen hoyuelos pero no donde se le hacen a todo el mundo, a ella se le hacen al costado de la nariz, en la parte de arriba del cachete, ahí debajo de las ojeras. Sólo que ella no tiene ojeras. Tiene un poquito de “bolsas”, así las llama. Yo le digo que son cosas de dibujitos animados.

Ana tiene ojos verdes, a veces miel. Depende del día o en realidad no sé depende de qué. Todos sus dientes son muy chicos, enfundados en una boca finita pero no tanto como para no poder morderla de vez en cuando cerrando un beso.



Siempre usa sweater con camisa. Le queda bien. Me gusta cómo le quedan los cuellos de las camisas a su cuello. Tiene piernas largas y rodillas raras. Pero a mí no me molestan, es más, me parecen tiernas.

Ana vive con su mamá y su hermano menor. Ella es muy agradable, amable y sobre todo muy protocolar. En la casa de Ana no hay un cuadro torcido, una flor encorvándose en agonía o un mueble con polvo. El hermano, qué se yo, es un buen chico, un poco solitario. Vive en su mundo. Del papá nunca me habló, y yo nunca pregunté.

Cuando Ana se baña hace eso que me encanta. En vez de usar jabón, se escurre el shampoo de las puntas de su pelo sobre sí y la espuma recorre todo su cuerpo, limpiándolo. A veces le queda un poco en el ombligo y parece como si tuviera un copo de nieve.

El día que la conocí a Ana estaba rota. No sé si ella lo sabía. Supongo que eso la hacía más hermosa. Bah, las dos cosas: estar rota y no saberlo. Era la chica de adelante mío en la fila de Rapipago. Yo escuchaba música, ella miraba para abajo y movía el pie, bueno, la punta del pie, adentro de una sola baldosa; como marcando un compás o indicándole a un avioncito de papel dónde aterrizar. Ahí le vi las rodillas.

Tenía un sweater beige y se le asomaba el cuello de una camisa cuadriculada azul y marrón. O bordó, no sé. Subí un poco más la vista y me encontré con que, seria y disimuladamente, doblaba en mudo la canción que yo estaba escuchando.

- ¿QUERÉS PONERTE UNO? Le pregunté, sin querer, gritando.

Ana saltó un poquito del susto y me miró. Exhaló como aliviada y se llevó una mano al pecho; y de esa boca finita, de la que apenas se podían ver sus dientes salió un “Me asustaste”.

- Perdoname, es que te vi cantándola y pensé que capaz querías compartir los auriculares y escucharla. A mí no me jode, ¿te gusta Bowie?

- Ah, no, está bien, gracias. Sí, me gusta. Pero no conozco mucho igual.

Charlamos los 18 minutos que le llevó a Ana llegar a la ventanilla. Ella se mostraba muy tímida, pero no del lado aburrido, del lado que dan ganas de curiosear un poco más. Después me tocó a mí. Me apuré a hacer mi trámite y salí corriendo a buscarla. La alcancé y la invité a tomar un helado. Me dijo que no, que gracias, pero que no gracias. No fue por superada o desinteresada, fue por rota y yo lo sabía. Pero no me quedó otra que levantar mi “no” e irme.

A las 3 cuadras me agarran de atrás. Era Ana, agitada, como cuando se había asustado. “Bueno” me dijo, sin mirarme del todo. Yo sonreí y le pregunté si quería un helado u otra cosa.

- No, que bueno, que sí, que compartamos los auriculares.

Ya en ese momento estaba escuchando otra canción, una de Pez creo, pero cambié rápido y volví a la de hace media hora, cuando le había gritado.

Hicimos 10 cuadras derecho, sin decirnos una palabra, pero muy pegados cosa de que a ninguno se le saliera el auricular de la oreja. Yo la miraba, ella a mí no. En la esquina de Congreso y no me acuerdo cuál -pero me acuerdo de ver el cartel de Congreso- se sacó el coso, me miró y me dijo gracias. Sonrió, dejando ver esos dientes ínfimos, como perlitas blancas. Después de eso, enamorarme resultó obvio. Sentí que, por lo menos por media hora, por 10 cuadras, le había cerrado un poco alguna grieta. Y quise seguir. Es más, seguí, seguimos mucho tiempo, hasta ayer.

Ana tiene eso de caminar, llegar a un lugar, rascarse la cabeza y preguntarse qué quería de ese lugar. Es una imagen simpática, la muestra inocente, imperfecta. Pero ayer fue distinto. Ayer fue y vino un montón de veces, sólo que sin esa incertidumbre que me da ganas de abrazarla. Empecé a pensar cualquiera, que por ahí me estaba desenamorando, que Ana había perdido su encanto, o que yo el mío. Que ya no éramos.

Fue y vino, fue y vino, fue y vino y finalmente se sentó. Corrió la mantita del sillón y se sentó. Después de vagar entre un millón de ideas sin mirarme prácticamente, me contó que se sentía rara. Cómoda. Que conmigo estaba cómoda, pero que cómoda no era feliz. Hablamos mucho, entendí (muy) poco. El caso es que Ana ya no está rota, ya –en algún punto- pude arreglarla. Pero entonces ahora el roto soy yo. Porque la…la ¿rotitud?, no, la rotura, eso, la rotura se contagia. Dos enteros se repelen, y dos rotos convierten la relación en un refugio antibombas.

Ana ayer me dejó. Pero está bien, mejor, ya casi no soportaba verla deambular sin puta idea de a dónde ir. Y el otro día cuando nos estábamos bañando la quise enjabonar y me dijo que no, que ella lo hacía “así”. Qué sucia que sos, Ana. El pelo también tiene mugre, y se te está cayendo por todo el cuerpo. Además, vamos, sé normal, usá jabón.

Encima ahora escucho Bowie y casi ni me gusta. Ese día me lo cagaste. Me cagaste Bowie, forra. También me acuerdo de esa rareza de marcar el compás con la punta del pie. Como una quinceañera de voz aguda que come el chicle con la boca abierta mientras se enrula un mechón. Apoyá el pie entero. O no, como quieras, total que apoyes todo el pie no te va a hacer tener rodillas más lindas.

Qué suerte que me dejaste, ya no voy a tener que ir más a lo de tu vieja, ni soportar su obsesión por el orden, por las tazas mirando todas para el mismo lado, por las cortinas a medio abrir "para que entre la luz que tiene que entrar, ni más ni menos”. Algo esconde esa vieja detrás de su amabilidad, debe ser ávida consumidora de antidepresivos. Y tu hermano, el boludo ermitaño de tu hermano que vos pensás que es especial, que se la pasa pensando y escribiendo, ¡date cuenta que se encierra y se mata a pajas todo el día, Ana! Los dos son inaguantables, seguro que por eso tu viejo los abandonó, o se mató, qué se yo. Qué voy a saber si nunca me hablaste.

Menos mal que te fuiste, Ana. Así ya no tengo que tolerar verte reír como una enferma, con esos hoyuelos fuera de lugar. Algo así como celulitis en la cara perece que tenés.



Menos mal que te fuiste porque creo que estoy roto y me da vergüenza mirarte.