domingo, 27 de abril de 2014

Etapas: no hay mal que dure cien años.

Día 238, hora 21. Te extraño, qué vergüenza. Trato de cambiar nuestra rutina, de no hacer lo que hacíamos juntos. De ver las noticias, que a vos no te gustaba porque salías de casa con miedo. Me acuerdo de cuando nos peleamos porque yo te dije, bueno, quizá no te dije sino que te grité, que vos vivías con miedo porque habías crecido teniendo qué perder. Te quedaste mirándome, muda, y respondiste con calma que te rompía muchísimo las pelotas cuando me hacía el pibe de barrio, el curtido. Fuiste para el cuarto y te escribí “Preferiría tu sonrisa a toda la verdad”. Muy goma y claro que no funcionó, pero buen, es Fito, qué sé yo. Pasó el tiempo, lo supimos desarmar y nos reímos. No sé si te acordarás, para mí fue importante. Eso de poder reírnos de la pelea, digo.

García casi no asoma la cabeza fuera del lavadero, ya no duerme conmigo en la cama tampoco. Está grande. Tenías razón, me hace bien, me hace compañía. Siempre me mira mientras tomo mate, una vez lo encontré arriba de la mesa chupando la bombilla. Le saqué una foto. Tengo el mail en borradores pendiente a mandar. Te.

Vi que te pusiste de novia. De verdad que me alegro por vos. Yo te quiero bien, creo. Sanamente. Quiero que seas feliz así no sea conmigo.

Brasil, ¿no? Creo haber visto carteles en portugués en las fotos. Estás quemadita, linda. ¿Te trata bien? ¿Te deja dormir del lado de la puerta como te gusta? “No es que me guste, es que me levanto muchas veces a hacer pis y del otro lado es molesto” Sí, me acuerdo de estas pavadas. De a ratos me pregunto si fue su acumulación la que nos llevó a separarnos. Porque no pasó nada puntual. Quizá te desenamoraste y todo bien. Digo, no hay mal que dure cien años. Ni siquiera el amor.

Hablé con pocos de esto, la mayoría me dice que no sos vos lo que extraño sino estar con alguien, la vida de pareja, llegar y recibir un beso, esas cosas. Pero yo te extraño a vos, de eso estoy seguro. Tampoco sé si podría estar con alguien más. Yo no soy muy cariñoso ni demostrativo ni nada. Me da un poco de bronca lo que me dicen, es como una respuesta segura, es la respuesta que me daría el sentido común. Que no te extraño a vos sino a todas las situaciones que vos integrabas. Vos circunstancial, la situación protagonista. Para mí no. Yo no quiero estar con otra chica. No me interesa subir fotos del viaje con mi nueva pareja (sin ofender). Tampoco quiero volver con vos, eh. Por favor no me malinterpretes. García y yo estamos bárbaro juntos. Miramos series e ignora lo que le digo. Una novia, bah.

Te extraño y ya es vergonzoso que no se me haya pasado y no sé si el tiempo lo potencia o lo atenúa. Tampoco entiendo si “puedo” escribirte. No me voy a hacer el que tuve ganas y listo, Enviar. Lo pensé muchísimo. Lo sigo pensando. Como a vos.

Por suerte, ya pasé esa etapa de no asumir la tristeza inmensa que me generaba sentir que fracasamos. Porque para esa no hay consuelo. De verdad, no hay. Es muy difícil darle una mano a quien, de todas formas, ni ganas de “no puedo, pero gracias” tiene. Te recordaba del otro lado de la avenida, cuando me buscabas por el trabajo, con la sonrisa tímida y la impaciencia frente a un semáforo que pintaba eterno.

Aparentar estar bien cuando por dentro una bola efervescente de angustia arrasa con cada célula viva desgasta. Mucho. Hasta que negar ya no funciona. Y ahí, bueno, la bronca. Tengo que confesarte que te putié hasta el hartazgo, desempolvé las historias en las que peor quedabas y, habiendo perdido la cuenta de cuántos litros de vino, se las conté a todos mis amigos. Supongo que esto te molestará. Te pido disculpas aunque de mucho no sirven. Igual, fue la etapa más liberadora. Era como tu yoga pero sin gastar tanta plata.

Mi intención tampoco es pelearnos. Vamos, somos grandes. Vos te estás cogiendo a otro y hemos hecho muchas boludeces de las que hoy nos podemos reír sin que nada esté en juego.

Durante la depresión, raramente, dejé de fumar. Engordé. Perdí la capacidad de dormir profundo. Me dejé la barba. Salí con varias chicas. Meh. Lloré poco pero pensé de más. Pensé mal. Pensé escenarios que en frío jamás hubiera querido pero en ese momento me seducían. Nosotros dos casados, prolijos, acostados en la galería de un jardín escuchando música. Después sacudí la cabeza y lo vi a García haciendo afuera de las piedritas. La realidad, por más real que fuera, estaba bien. Está. Yo encajo en la realidad. Solo o con vos, la realidad está más hecha a mi medida que las fantasías de parejas que se ríen y se hamacan mientras se hace alguna carne o pollo para la noche. En la realidad, nosotros pedimos pizza los domingos y vemos el concurso de la isla.

Ahora estoy viendo qué onda esto de la aceptación. Admito, bah, acepto que pasó bastante tiempo y que te extraño. Acepto que me da vergüenza. También que sos la mujer con la que me gustaría compartir todas mis situaciones. Pero cuento con que, como pasó con tu amor y mi tristeza sin consuelo, voy a dejar de pensarte en algún momento. Porque, ya ves, no hay mal que dure cien años.


Te quiero. Bien. Creo.




Enviar.

martes, 22 de abril de 2014

Dejar de fumar.


Hace 7 horas que no te veo y no te extraño, por eso no te escribo.

Pasaron 7 horas desde que yo te dije que deberíamos filmar un video como juntando las palmas, como Gravity pero no, con Mirrors. O que vos me dijiste que hacer mate es lo opuesto a morir.

7 horas de no pensar en vos, como ves, ni en lo que me decís, ni en como me mirás cuando nos abrazamos cara a cara, en nada.

Van 7 horas de no querer que me regales un rinoceronte o que me digas que no podés creer lo negra que estoy, que soy. 7 horas de no toboganearte el cuello, de no olerte el perfume nuevo, de no hacerte escuchar música pedorra, de no cantar dúos que no nos sabemos.

Hace 7 horas que esto ni se me cruza por la cabeza, que casi ni me lo acuerdo, que no tengo ganas de nada por eso no siento la necesidad de escribirlo.

Y si fumara y cumpliera un año sin hacerlo, festejaría con un pucho.
Hace 7 horas que no pienso en tus abrazos y creo que me merezco uno.

jueves, 10 de abril de 2014

Palíndromo.

Y un día me la volví a encontrar. Y se estaba cogiendo a otro. Había pasado un tiempo prudente, tampoco tanto. Otras mujeres, sí, alguna más importante que la anterior. Ninguna ella.

Verla me causó, al principio por lo menos, intriga. Sabía cuánto me había amado y me preguntaba qué haría si yo me le acercara con intenciones de algo. Algo chiquito. Algo que quizá y probablemente ni llegara a ser.


Me acordé de la vez que me llamó llorando tres y media de la mañana porque había tenido una pesadilla.Y de cómo nos conocimos. Ella estaba de novia con un amigo de mi hermano. En ese entonces era unos kilos mayor pero tenía la misma sonrisa incómoda de estar rodeada de varones. Estábamos en la casa de un pibe en común. Supe a los pocos minutos de verla por primera vez que sería un problema hermoso para mí. Sentí ganas de besarla, después me refregué los ojos. Nada cambió. Comencé a acercarme y esperé reciprocidad. Esperé mucho. Y mientras esperaba, yo la amaba.

Finalmente fue mía. Éramos felices, pero en serio. Éramos de esas parejas compinches, compañeras. Ella era mi cómplice y yo el suyo.

Cuando terminamos no supe manejar el dolor así que dejé que me manejara a mí. Y el dolor chocó contra toda la que encontró. Vivía entre sábanas ajenas y pieles frías porque era lo único que me distraía. Las enamoraba y las rompía buscando que dejara de arder. Pero como no se puede tapar el sol con un dedo tuve que, más tarde que temprano, afrontar la tristeza de estar solo. De estar sin ella.

Deseaba que los días pasaran más rápido. Y mientras esperaba, yo la amaba.

Me preguntaba también si habría dejado de fumar o si tendría la cartera llena de cadáveres de cajas de cigarrillos. Pero lo que más me intrigaba era si me había visto y cuánto tardaríamos en saludarnos. Recordé su "Nosotros no nos vamos a casar. Que nos case el tiempo. Es más barato, más poético y tenés los mismos beneficios". El tiempo había sido tirano. Con nosotros, no con ella. Ella lucía un hombre alto y prolijo, como si fuera mi foto en negativo. Vestía risas forzadas y una camisa transparente. Cuántas de esas le había regalado y los miles de "sabés que prefiero remera" que había obtenido a cambio.

La miraba y pensaba en todas esas mañas de las que me había librado. Su dejar la pasta de dientes abierta, la pileta de la cocina llena de cenizas, los "esperá, ahora no, antes tengo que bañarme para saber dónde estoy" de cada mañana en que acariciaba su panza cálida y me apoyaba detrás de ella.

Sus últimas palabras habían sido, y lo recuerdo como si fuera ayer, "Que seas muy feliz, y por favor no me hables nunca más". Pero ‘nunca’ también es un cuando.

Me senté y esperé a que su príncipe azul se le desencarnara para poder acercarme a preguntarle qué se sentía ser completamente otra persona. Una con las uñas largas y cuadradas, con camisas de botones dorados y un recogido engomado que pedía a gritos a la cana emergente, revolucionaria que saliera a superficie.

Y mientras esperaba, yo la amaba.