Supe
que me gustabas el cuarto sábado que coincidimos en Loreto. Vos vas todos los
sábados, ya sé. Yo voy cada tanto. Es rica la hamburguesa de ahí, pero Jazmín
es vegetariana y, bueno, muchas opciones para ella no hay.
Ese
sábado nosotros estábamos sentados en una de las mesitas de afuera. La de la
izquierda de más atrás. Llegaste en bici, la apoyaste sobre un árbol en la
vereda de enfrente, le pusiste el cosito para que nadie se la llevara y
levantaste la cabeza. Tenías el pelo con un rodete desprolijo, como a medio
hacer, y te daba el sol justo en la cara. Fruncías un ojo y ese frunce
arrastraba un poco de tu boca. Cruzaste la calle con una mueca así, e
intentando que tu mano lograra algo de sombra. Estabas hermosa. Miraste que no
viniera ningún auto y después para acá. Bah, para ahí, para Loreto. Pero el sol
no te dejaba identificarnos. Entraste, nos viste y saludaste sonriente,
con tonito de sorprendida no sé bien por qué. Ya nos habíamos encontrado en ese
mismo lugar el sábado anterior, y el otro, y el anterior al anterior a ese. Pero
tenés ese tono de sorpresa grata siempre, de ‘hola’ con la “o” prolongada. En
otras personas me molestaría, en vos no.
Jazmín
te preguntó si querías sentarte con nosotros un rato, pensando que estabas
sola. Yo ya las había presentado hace dos sábados, ¿te acordás?, ya sabía que
eras Camila, la amiga de Nico que me había contactado para preguntarme algo
sobre unas lentes. Pero estaban tus amigas adentro, así que seguiste de largo.
En ese momento, la cabeza me aturdía tanto que lo único que escuchaba era la
transpiración salir de mis poros lenta y dolorosamente. Como si fueran gotas de cemento.
Si
yo inclinaba la silla un poco para atrás, alcanzaba a verte. Pero uno puede
estirarse o sonarse la espalda tantas veces hasta que empiece a resultar
sospechoso. Mientras, Jazmín me contaba algo de su hermano, algo sobre la novia
me parece. Vos te reías con tus amigas. Bastante escandalosas, debo decir.
Nos
fuimos nosotros primero. No entré a saludarte porque me pareció demasiado. Pero
me imagino que te habrías parado y dicho “¿ya se van?”. Nos habríamos dado un abrazo
cortito, de esos que apenas sentís al otro, pero lo suficiente como para que quede
latente un rato.
Ese
sábado, cuando volvimos a casa, Jazmín puso una película y nos acostamos en la
cama. Ella apoyó la cabeza en mi hombro, yo le pasé el brazo por atrás y senté mi
mano en su orilla, así llamo a la
curvita del costado de su panza. Me corrió la mano, sacó del bolsillo una
cajita de cigarrillos y de ahí, un porro. “¿Me alcanzás el coso, amor?” me
dijo, refiriéndose al cenicero. Me estiré, lo agarré y se lo di. Volví a
envolverla.
La
película corría mientras Jazmín fumaba. Yo le di una seca nada más, no tenía
ganas. Me puse a pensar en el día que la conocí. Fue en un cumple de Nahuel, me
acuerdo perfecto. Yo buscaba una botella de fernet que tuviera aunque sea un
poco para hacerme medio, ella estaba sentada al borde de la pileta, con
los jeans arremangados y los pies en el agua. Picaba para armar. Di unos pasos
para contemplarla más de cerca. Cada movimiento me seducía, pero me di por suyo
en el momento en que chupó la seda para cerrarlo. Muy suave, muy despacio, casi
en cámara lenta. Su lengua fue y volvió por esos 6 centímetros de papel
transparente. Parecía que tenía los ojos cerrados, pero no. Finalmente lo
selló con los dedos, levantó la mirada y me pescó ahí, atento, indefenso, perdido.
Entregado.
En
ese instante me sentí casi como el sábado este que te digo en Loreto. Casi
igual de aturdido. Pero yo a Jazmín no la conocía. A vos, Camila, ya te había
recomendado lentes para tu cámara, y te había visto el sábado anterior, el
otro, y el anterior al anterior a ese.
Me encanta tu nombre. Pega con vos, creo.
Camila es nombre de chica que se ríe y sonríe por cualquier pavada, que se
resfría seguido, que pide perdones innecesarios, que saluda con abrazo cortito,
que tiene cosquillas. Así te imagino. Así. Quiero hacerte cosquillas en la
panza con la barba, y que trates de contener la risa porque te enoja que tenga
barba, pero no puedas.
La
película mostraba una pareja acariciándose apenas con las yemas de los dedos, con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Fue el único momento en que presté
atención, después volví a asomarme a mí. Lo curioso de pensar en uno es que, a
medida que indagamos, escalamos. Y al final, cuando ya pareciera que un
pensamiento más producirá una hemorragia, miramos para abajo. Escalamos tanto
que ahora nos da vértigo. Así es la introspección para mí, vertiginosa. Me dio
miedo sentirme en la cornisa de pensarte de esa manera.
No
quiero que entiendas cualquier cosa. Yo a Jazmín la amo, creo que estamos
hechos el uno para el otro, si es que existe algo como eso. Todo funciona bien con
ella, nada que me haga ruido, nada fuera de lo normal. ‘Normal’, qué palabra
tan triste. Pero desde ese sábado que te pienso mucho, Camila. Sobre todo los
sábados. Sobre todo a esta hora. Y me encanta tu nombre.
Sí, me gustan las porciones de Loreto. Pero no voy solo porque es muy de minita.
ResponderEliminarTom
Hola! Vi que leíste y comentaste en varios.
EliminarYo te conozco? Creo que no, pero.
Beso.