sábado, 6 de julio de 2013

Vagabundo del triángulo vacío.

No quiero ir para el norte, aunque el norte guarde poesía. Detesto que siempre haya que tener un norte, un a dónde. Yo sé que allá está todo el agua que falta en el desierto, que el norte tiene sabor y olor a algodón de azúcar, que hacen 23 grados todo el año. Y sé que de hecho no existen los años, no existe el tiempo a menos que uno quiera. Pero yo me perdí acá y acá me quedo.
Lo último que recuerdo es verla sacándose el sweater, y que la remera que tenía abajo se quedara pegada y subiera también. Dos segundos, por ahí tres hasta que se diera cuenta y, enredada en polyester, se apresurara a cubrir su panza. Bastante tonto me había parecido eso estando yo a, como mucho, un cuarto de hora de desnudarla.

Supongo que te convencías de que no, que no iba a pasar nada. Que recién nos habíamos conocido hace algunos días. Si supieras la ternura fascinante que me causa pensar en ese autoengaño.
Y así, poco antes de los diez minutos ya tenía los dedos enredados en tu pelo, con ganas de tirar y escuchar tu exhalar intenso, pero sabiendo que todavía no. Tenías el celular y las llaves en los bolsillos, así que te paraste para dejarlos con el resto de tus cosas. Bah, con el sweater. Y ahí mismo, parada, empezaste a desabrocharte el pantalón, mientras yo frente a esa imagen hervía.
Eso es lo último que me acuerdo.

Acá estoy ahora, vagabundo de esta simetría de vacío, de laderas curvas, convexas, y de un techo que me alienta a estirar la mano y robar aunque sea un poco de miel.
Y te escucho, te escucho hablarme por encima del eco de coletazos que pasan por tu gomita, esa que vi que tenías en la muñeca… ¿derecha? Te estás atando el pelo. Le das dos, tres, cuatro vueltas, revoleándolo. Me imagino lo mejor, porque aunque me encante enredarme ahí, sé que esos coletazos o, bueno, esa colita, es la precuela de mi historia preferida.

Yo había escuchado a gente hablar de un triángulo donde algunos desaparecían. El mito decía que quedaban absortos en un espacio para nunca más salir. Y nadie los encontraría jamás. Interesante, quién no soñó con desaparecer alguna vez.

Me veo ahí sentado, como un gil, casi babeándome enfrente tuyo. Es que te pusiste una bombacha blanca de algodón, y entonces ya está, me rindo, ganaste. Qué puedo hacer. Pero acá es otra cosa. Este vacío es como un balneario. Tenés la piel más suave que rocé en mi vida. La arena más blanca de la playa más virgen. Quiero ver qué pasa si abrís las piernas, y supongo que él, bueno, yo, también. Me intriga saber si me caeré y a dónde.

Y ahora te veo acercarte, ya sin ropa, al pelotudo ese en el que me convertí desde que vi tu triángulo vacío. Y estos pensares, que ni siquiera llegan a ser reflexivos, que se filtran más por calentura que por solemnidad, morirán acá conmigo. Nadie se va a enterar de este lugar, va a ser mi balneario de vacaciones hasta que decidas matarme. No podría pensar una forma más hermosa de morir que asfixiado entre tus piernas. Y así, por primera vez, viviría. 

No te voy a poder dar la noche que merecés, lo lamento muchísimo. Pero tampoco me arrepiento, porque me veo ahí desconcertado, sediento de vos y no me urge volver. Desde acá puedo sentirte exhalar. Y no creo necesitar más que tu simetría, desnuda y tan pura. No, ni siquiera el norte.

2 comentarios:

Sí / No / Meh