lunes, 13 de abril de 2015

Hay algo de poesía en intentar salvarnos

Me pasé esa noche hablándole de amor, tratando de recuperarnos.


Nos habíamos tirado con cuanta mierda encontráramos en el camino. Tiempos, prioridades, planes, proyectos, abrazos y ausencias caducas en su idioma y el mío. Discutíamos por cualquier cosa y no entendíamos cómo seguíamos queriendo tenernos cerca. Yo me puse a llorar y él rompió una lámpara. O él rompió una lámpara y yo me puse a llorar, ahora no me acuerdo.


“Ya no nos hacemos felices -sentenció sin mirarme- pero tampoco sabemos ser felices solos”.


Nos conocimos en el secundario, cuando quien tenía lentes no era por ello más interesante, entre chicas todavía se usaba el pelo largo y los chicos escribían en sus mochilas con liquid paper el nombre de una banda o un equipo de fútbol. Al año ya éramos novios. Juntos aprendimos a saltearnos la entrada en calor en el campo de deportes y que no nos pescaran, a fumar sin toser, a despertarnos solos, a estudiar en grupo, a escuchar radio a la mañana y a dejar las copas de vino en remojo si no íbamos a lavarlas inmediatamente. También fuimos a una marcha en bici y nos esperamos a la salida de entrevistas.


Gusanitos ácidos, oraciones unimembres, libros que todavía éramos chicos para entender, cafés sin azúcar, tacos y corbatas, interés por otras cosas.


Hubo épocas en las que quisimos crecer de golpe y ser extraños del otro. Algunas en las que sentimos que tanta intimidad nos había hermanado. Igual, ninguna servía. Eso tienen las relaciones que se extienden más allá de la escuela, un limbo de madurez confuso y casi crónico.


Cuando nos conquistamos, nos dejamos de conquistar.


No éramos prioridad, no nos interesábamos. De repente nuestra relación era algo que no entendía, como tradiciones de Oriente, el mecanismo de un fax o escribir poemas.


No sabíamos de estructuras,
ni de rimas o versos,
puntos o comas o letras.


No sabíamos cómo se empezaba de vuelta,
cómo se estaba con otro.
Ni cuántas líneas,
cuántas palabras iban ahí.


O cuántas acá.


Desde entonces, todo fue en picada. Lo que no nos gustaba cada vez nos gustaba menos, lo que sí no pesaba lo suficiente como para tapar lo otro o salvarnos. Cada cual se debía su adolescencia estereotípica que estar con cada quien le había negado. Yo nunca hice pis en la calle, por ejemplo. Él no se manoseó con desconocidas en el rincón sucio de ningún boliche hasta pasado su cuarto de hora.


Cuando nos pusimos de acuerdo en dejarnos, me perdí por completo. Intenté emborracharme seguido y socialmente, tomar sola, acostarme temprano, leer el diario, salir a correr. Era como si ninguna cepa de personalidad me fuera compatible.


Frecuentamos a otros y algo aprendimos. Al tiempo nos volvimos a ver. Encuentros casuales, que le dicen, hasta esa noche. A mí esa noche me cayó una ficha de plomo que a llanto suelto me obligó a entender que no podíamos ser dos que se ven.


No le podíamos hacer eso a los chicos que se encontraban para transar detrás del kiosko siempre cinco minutos antes de volver a clase. Tampoco a ellos, que se tocaron por primera vez temblando y queriendo que ese martirio terminase, queriendo saltearse el durante y ya tener aprendido. A él le debíamos mucho, se había aguantado la hora y media en la sala de espera con revistas antiquísimas por su primera cita con el ginecólogo. Y no podíamos, con encuentros casuales, bastardearla a ella, que una tarde más tarde tocó el timbre con dos trajes y cuatro corbatas para sus entrevistas. Lavatorios tapados, manchas en sillones cuando sus papás no estaban, mentiras a amigos para quedarnos juntos. Todo eso no cabía en tres ni en seis ni en veintiocho encuentros casuales.


Esa noche me gritó muchísimo. Que yo en mi afán de “aguantar” no veía la realidad, que por qué no tiré ese manotazo tiempo antes, con mucho menos desgaste por restaurar, que “¿no entendés que las cosas se terminan? ¿Que cambian? Ya lo sabés, no tenemos más nada que hacer juntos, pero vos igual pensás en vivir acá, en casarnos. Vos pensás en que nuestros hijos vayan leyendo carteles en la ruta, pensás en envejecer conmigo. Y miranos. Todo lo que teníamos lo vendimos por cuatro polvos para sentirnos menos solos.”


Tenía razón.


No sé si destruyó la lámpara como metáfora o porque le brotó el estado natural del cuerpo.


A las tres y media, masomenos, entendí(mos) que nos habíamos patinado el amor a principio de mes y que, para cuando nos quisimos dar cuenta, habíamos crecido. Obvia y simultáneamente, habíamos crecido y todo nos quedaba chico, incluso nosotros dos.

Una foto publicada por Lucas Garcia Molinari (@_lucasgm_) el

A la mañana siguiente nos despertamos y le dije que tomar café casi desnudos en una cama deshecha se llevaría toda la poesía del día. En ese momento olvidé por completo que nada entendía sobre poesía. Pensó y contestó “a menos que vayamos a la plaza a jugar ajedrez con una pareja de viejitos”. Una hora después estiramos las sábanas, nos cambiamos, él se fue para aquel lado y yo me vine a casa.

9 comentarios:

  1. Gracias! Me vine a vivir a Auckland por trabajo y antes de subir al avión revise dos veces que estoesunapipa este en "mis favoritos"

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    1. aw, qué lindo.
      Disfrutá aunque sea por trabajo, tengo entendido que es un paraíso ese lugar.

      Beso!

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  2. Me acorde de un autor que supo escribir como acapite de un librito de versos, luna de enfrente, o algo asi...."yo autor, tú lector, nuesrras nadas poco difieren"
    Me trajiste tambien, a un tal veltaine, que dijo que....fuera de lo que nos pasa,"Todo lo demás, es literatura".
    Por los comentarios que te dejan, entiendo que vos convertis lo que nos pasa en literatura

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  3. Obvia y simultáneamente, habíamos crecido y todo nos quedaba chico, incluso nosotros dos.

    Hace días que leo esta entrada, un ratito a la mañana y quizás a la noche... si estoy de ánimo para estar triste. Porque hay que estar de ánimo para estar triste. Pusiste en palabras todo lo que en este último mes no pude poner.
    AMO el blog, la manera en que escribís y también Gracias Por Pensar en mí jaja saludos, y seguí invadiendo medios y redes que te seguiremos siempre.

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    1. Hola! Muchas gracias por el mensaje. Voy a tratar de mantener todo vivo, entonces.
      Besos :)

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    2. Por cierto, me gustó lo de "Porque hay que estar de ánimo para estar triste".

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  4. Este cuento lo leí en 2015 cuando lo escribiste y durante un tiempo te seguí, leyendo tus cuentos apenas los sacabas.Y ahora, una vez cada tanto, algo me hace acordar a alguno de tus cuentos y vuelvo, pero este siempre fue mi preferido. Veo que no publicas desde el 2018 así que nose si te llegará una notificación, pero si no te llega por ahí alguna vez te cruzas con este comentario. Saludos y gracias!

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