Ayer a la madrugada murió Perla y hoy la tristeza nos tapa el bosque. Un mes, más menos tres días, estuvo luchando por aferrarse al cariño, el afecto y la atención que en ese último tiempo había recibido. Con cada parte médico, el pronóstico cambiaba un poquito y su corazón seguía latiendo. Hubo salidas del hospital que se sintieron las últimas; y entradas tediosas, abrumadas de un miedo que la sala de espera alimentaba con cada paso a la derecha que daba el segundero.
Perla es la mamá de mis hermanos. Una mujer buena, genuinamente buena que fue presa de una enfermedad mucho tiempo y que, cuando la vida le dio revancha, se tropezó con otra aún peor. Esa de tratamientos, pastillas, calvicie, rayos y demás batallas que dio, una a una, sin pensarlo dos veces.
Sebi dice que estaba enamorada de sus nietos, que Franco fue como una inyección de vitalidad para ella. Dice también que era desprendida de lo material. Que daba y daba, sin chistar. Maru dice que a veces, por algún tapado o par de zapatillas, un escandalito le hacía pero siempre terminaba cediendo. Yo, que en pocas oportunidades tuve el gusto, puedo decir que siempre me saludó con un “Juli” simpático y que crió a dos personas que le deseo cerca a cualquiera, a todo el mundo.
En su casa había Guaraná y pastillitas de menta sin azúcar. Perla comía viandas dietéticas y se acostaba antes de las ocho. Pudo concretar otra relación de la que mis hermanos hablaban seguido. Jorge. Lo conoció en el lugar de tratamientos para bajar de peso. Jorge es bueno y come mucho, según me dijeron, y vive en Brasil. Yo los vi juntos en el bar-mitzvá de Franco. Sebi estaba contento de que Perla estuviera ahí, lo preocupaba que no llegara.
Ayer mis hermanos le agradecieron por todos los detalles que les dejó para saberla y sentirla cerca en esos momentos de debilidad y de no aguantar que el mundo siga girando, que a la mañana siguiente uno igual tenga que levantarse. Llamados incesantes, consejos de ropa o de qué peluca comprar, regalos, su olor, su voz. Yo quisiera contarle que sus hijos son lo mejor que tengo, a ella y a quien lea. Que en sus abrazos me permito hundirme hasta al fondo, y que esos mismos abrazos son los que me sacan a flote.
Ayer murió Perla y hoy la tristeza nos tapa el bosque. Pero Sebastián y Mariela me recuerdan todos los días que juntos somos fuertes, y que el bosque ahí está.
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