martes, 10 de febrero de 2015

Cemento fresco.

Ayer no hice la cama ni tiré el pote de queso blanco a punto de acabarse. Declaré, a partir de esa ínfima revolución (triste revolución), que el día sería una mierda de principio a fin.

Marcos me dijo una vez que se dio por enamorado el primer día, cuando me vio sentada en 'el huequito de las lindas'; "ese en el que a veces hay un matafuego, entre los dos primeros asientos y el resto del bondi, frente a la máquina de monedas". Yo en ese momento supe que cuando escribiera sobre él, empezaría por ahí.

Fuimos cemento fresco y maleable todo el tiempo que pudimos. Cambiamos, nos desbordamos un poco. Nos dejamos marcas que otras marcas ya borraron.

Se despidió pidiendo perdón por no poder ser mi príncipe azul. “Ni siquiera tu príncipe, a secas”. No podía verme llorar tanto, tan seguido; no podía lidiar con que diseminara la comida antes de llevarla a mi boca, no quería almorzar los domingos con mi familia. Tampoco hablaría francés, y entonces yo no me derretiría al escucharlo. Nunca adoraría los sábados a la mañana llenos de caricias y clichés. No le gustaban los perros.

No sería él.

La mayoría de las cosas se parecen a trepar un árbol o pisar la pelusa que queda enredada en el escobillón para poder desecharla. Algunas otras, suerte o desvíos involuntarios. Pero la mayoría de las cosas duelen, molestan, pinchan; se festeja la llegada, se contempla la vista, se toman con cautela y en algún momento se terminan. Se secan. Se tiran.

A Marcos evité superarlo a propósito, o eso me dije. Tenía miedo de conseguir encerrarlo en el pasado y que algún día volviera a aparecer para hacer desastres conmigo. Entonces lo suspendí, medio siguiendo y medio esperando. Nuestra historia es hermosa, sencilla, sospechosamente perfecta. No sé si nuestra historia vale más en curso o completa.

Y salir a conocer gente es una iniciativa destinada a fracasar desde el principio, desde el primer amigo que te arrastra a ese infierno. Además, los comienzos. Nada me duraría más de 20 páginas. Un cuento con olor a cigarrillo, luces nocivas y mucho gel para el pelo.

Igual me obligué a dos o tres besos con desconocidos amparándome en la juventud de la que creo todavía puedo abusar. Salí con un Mariano y con un Lucas. El primero me gustó pero su casa era demasiado grande y pomposa para alguien de veintilargos. Y siempre estaba muy bien vestido, con rico olor, impecable. Me esperaba abajo del auto con las manos en el pito y las piernas un poco separadas.Todo ese entramado sin un pixel fuera de lugar me desmotivó, no sé bien por qué. Igual, seguí. Tres meses y una semana después, había hablado de él menos de lo que, según los estándares de normalidad indicados en el mandato social, la “relación” merecía; así que le dije que estaba en otra y se acabó. 


Lucas era más chico, más par. Se vestía casi siempre de azul y blanco o de azul y gris con zapatillas. Me molestaba mucho y eso me gustó. La primera vez que estuvimos, duró poco. No muy, pero poco. Después esa cuestión se normalizó y seguimos cinco meses hasta que nos encontramos no-enamorados del otro y decidimos caminar él para allá y yo para acá. Al tiempo le mandé un mensaje para vernos. No fue tanto por calentura sino más bien por soledad. Respondió con cordialidad ambigua, esa que indicaba que nos juntaríamos -probablemente- nunca.

Me enteré pavadas de Marcos mientras seguía sin aparecer. Lo había eliminado de todos lados porque el equipo de psicólogos berretas que conformaban mis amigos así lo habían aconsejado. Esperaba esa recaída, un mensaje que no significara nada y al que me pudiera negar pretendiendo haber pasado de página. Pero otro árbol no quería y todavía tenía migas y pelos y polvo sin tirar.

Ayer, mientras seguía esperando, noté que de Marcos no sé más nada.

Así debe sentirse, esta tensa calma de quien pasó la revolución o de quien espera la muerte. O de quien trepó a lo más alto o del que se animó a pisar basura descalzo.

Se me fue el día pensando en el que no sería.

Cuando llegué, el pote estaba afuera de la heladera.
El día había finalizado.
El cemento se había secado.

Marcos me dijo una vez que se dio por enamorado el primer día, cuando me vio sentada en 'el huequito de las lindas'; "ese en el que a veces hay un matafuego, entre los dos primeros asientos y el resto del bondi, frente a la máquina de monedas". Yo en ese momento supe que cuando escribiera sobre él, empezaría por ahí.

Y acá estoy. Terminando.

17 comentarios:

  1. El martillo dio de lleno en todo el clavo: HERMOSO, real, TRISTE. Fue lo primero que leí. Te sigo, pero antes, quiero un poco de esa pipa.

    Levi

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  2. Muy bello y conmovedor. Te felicito

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  3. Transportas. Y eso es bueno para el que quiere Imaginar..

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  4. Genial! Mucho sentimiento y da lugar a la imaginación, me encanto.

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