El mundo es
una mierda
Salíamos con
diez minutos de sobra y migas de pan jugando a la palestra en nuestros
sweaters. Papá se quedaba leyendo el diario, sermoneando a nadie sobre las
bondades del radicalismo. Íbamos detrás del 160, parando cada dos cuadras
porque mi vieja no sabía el camino a la escuela. Llegábamos y Natalia se bajaba
rápido para pasar por el kiosko antes de entrar al aula. Yo intentaba salir y
el cinturón me trababa casi todas las veces. Mamá desabrochaba, me daba un beso
y seguía viaje.
Después, el
día se volvía una mierda. Meses y hasta años de mierda en realidad, como
supongo que cada tanto vivimos todos los que, aunque el contexto nos sea favorable,
nos permitimos odiar (¿temer?) lo que algunos tildarían de banal. Pero yo era
chico, no podía ni pensaba ni quería ni pretendía hacerme cargo de lo asqueroso
que era (y es) el mundo. Aparte, en ese momento, eran sólo días. Como
inconexos, incapaces de acumularse.
Creo que sobreviví
gracias a Julia. Con tal de tenerla cerca un poco más habría ido también
sábados y domingos. Qué linda era, por Dios. Había ratos que la miraba y el
pensar en ella me distraía de la ella de verdad. Nunca me dio bola, por
supuesto. Tampoco me animé a acercarme. Era muy flaco, pálido, con algunos
granitos en los polos de la frente y baba involuntaria en las comisuras. Le tenía
miedo al muy probable fracaso, entonces prefería mirar y pensar.
Crecí e,
iluso, me metí en Letras. Mi vida, no me acuerdo si pensaba que las palabras
escritas en libros de hace siglos podían ser una herramienta política de
transformación social o si, como me gustaba mucho leer, ‘era lo mío’.
Largué al año
y medio y empecé a escribir por mi cuenta, vendiendo boludeces a revistas hasta
que pegué una columna en un suplemento cultural. Todos los domingos, entre 600
y 900 palabras sobre miedos. Hablaba de lo que me apresaba a mí. Todas las
cosas lindas que pasaron y no conocí, todas las que pasarán y no sé si
conoceré. También del miedo al mundo en general. A igualar mis objetivos a los
de la sociedad y defraudarnos a todos. Y de cómo convencerse de que el desorden
no puede sino aumentar entonces no hay mucho -nada- que hacer.
Hice el CBC
de Arquitectura porque algo me interesaba y para contentar a mi vieja. Para que
pudiera decirles a sus amigas que el nene estudiaba. Dejé a la segunda semana
de primer año.
Me mudé con
Laura. Politóloga. Brillante y hermosa. No siempre en ese orden. Los lentes se
los sacaba sólo antes de apagar el velador para irse a dormir. Su pelo olía a
recién lavado todo el tiempo. Nos amamos y nos dejamos antes de siquiera pensar
en tener hijos. Yo, según dijo, soy “un eterno irresuelto, un desinteresado
hasta por vos -yo- mismo”. No me defendí porque es verdad.
Su mejor
amiga era torta y me acuerdo porque, además de imaginarla con su novia [(Y con
Laura) (Y conmigo) (Y con Laura y conmigo)] varias veces, me dilucidó la tonta
pero persistente duda de quién paga cuando se sale en una pareja de dos
mujeres.
Si bien nunca
me recibí seguí leyendo bastante como siempre. Más sobre política e historia
novelada desde que murió mi viejo. Entendí por fin qué tanto le veía al
radicalismo, pero soy un apático de todo ese mundo. Ya se me pasó la chispita
militante. Ahora me parece una boludez de pose más que otra cosa. Aparte, y no quiero atajarme o justificar mi dejadez ciudadana con esto pero, las cosas
cambiaron muchísimo.
Seguí
escribiendo, no para cambiar el mundo, porque me gusta. No sé si una sola
persona puede cambiar todo, todo el mundo. Seamos sinceros, es algo pretencioso
y fanfarrón intentarlo.
Hoy creo que
leería un libro únicamente de prólogos. Me enamoran. Amo la confirmación tácita
de que, cuando levante la vista de esas páginas este va a seguir siendo un
lugar muy de mierda pero, mientras tanto, acá
estamos. Los prólogos son la suspensión de realidad más realista. Son
ficción tan honesta que creés que quizá al robot se le pueda caer una lágrima.
Son algo así como mis mañanas de chico, y el resto del día -tiempo-, la
historia a contar.
Siempre
pienso en si habrá alguna carta de amor perdida en alguna oficina de correo. No
para mí, para alguien, no sé. Me inquieta esa idea porque es un amor que pudo
haber sido y no, por el que ni siquiera les dieron a elegir. Un casi amor. Como
el que pude transpirar cada vez que pensaba “bueno, hoy voy y se lo digo, ya
fue” mirando a Julia.
Igual,
después hubo varias mujeres. No de Julia. Bah, por supuesto que de Julia. Pero
digo de Laura. Con Marina no pudimos, no llegamos nunca a sentir lo que
supuestamente se tiene que sentir por el otro. A Luciana le choqué el auto y
creo que se agarró de eso para terminar todo. Fue de lo mejor que me cogí en mi
vida. Un culo chico pero bien redondito, la panza –el torso- largo y las tetas
perfectas. Después estuvo Valeria, de quien me enamoré genuinamente. No me
había sentido así desde Laura. Pero no podía ser todo lo cariñoso y comprensivo
que ella buscaba así que no caminó. Estuve mucho tiempo pendiente de qué hacía,
si se encamaba con alguno de los que le orbitaban mientras estábamos juntos o
si conseguía a su galán de ensueño. Finalmente se me pasó y apagué la alerta.
Ahora me vine
al café de la esquina. Hay algo de estar rodeado de extraños pero con un radio
de espacio “propio” (por lo menos hasta que pague la cuenta) que me reconforta. A escribir y teorizar sobre escribir lo pienso como el prólogo de haber
escrito. El café está aguado y la medialuna blanquita. Lo anoto para después
usarlo en alguna pavada que proponga para la revista.
(Suena lindo,
qué sé yo.)
(También me
pasa que escribir en un café me hace sentir más escritor que hacerlo en casa. En
literatura, venir a un café es la versión tibia de tener barba acolchonada y
tomar whisky, dos modas que aborrezco.)
Un racconto
acotado. Selectivo. Puntual. No sé si se suele hacer. No sé que me habré
olvidado. Sí qué intencionalmente dejé afuera. No por represión, soy bastante
básico para activar esas cosas. No por negador. Ídem. Porque no hacen a lo que
busco.
Me intriga saber
qué tan típico es un hombre que puede oler sus cuarentas y lo que tiene no son
hijos y dos labradores sino una buena pluma, muchas novelas, tranquilidad –tampoco
para tirar al techo- a fin de mes y el mismo nivel de miedo como de desinterés
por este mundo de mierda.
(También me
gustaría encontrar una carta de amor.)
me gusta, mucho, como escribís. Me gusta que seas otros todo el tiempo y que lo hagas tan bien.
ResponderEliminaray, muchas gracias! Intento, pero.
EliminarSabés mezclar, al punto de que ninguna moleste, dos cosas que no se que son, una como mas hermosita y la otra como mas cotidiana, eso me encanta
ResponderEliminarVos siempre me dejás comentarios que me contentan muchísimo, gracias.
EliminarTodas las cosas lindas que pasaron y no conocí, todas las que pasarán y no sé si conoceré.
ResponderEliminarExquisita. Siempre me queda alguna frase dando vueltas por la cabeza. Y hablando de dar vueltas, cuando quieras date una vuelta por mi casa-blog.
Saludos.