martes, 30 de junio de 2015

Las cartas

Hoy encontré tu carta entre mis libros y al reloj de la cocina se le acabó la pila. Son dos sucesos inconexos, nada tienen que ver, pero fue como si el tiempo se las ingeniara para convertir ese momento en metáfora barata. La leí tres veces y cada una dolió más que la anterior. Me la llevé al pecho y la abollé casi del todo, para sentirte más cerca pero a la vez entender que no te tenía, que no eras vos.




Empieza contando sobre la primera vez que me viste. Yo estaba limpiando los anteojos, sentado en una mesa al fondo con los chicos y vos, decís, me encontraste mientras leías los tragos del pizarrón. Me acuerdo de esa noche, estabas en zapatillas y por eso cuando nos dimos un beso hiciste puntitas de pie. Perdiste el equilibrio y me terminaste chupando la pera. Nos reímos. Me enamoré de tu vergüenza. Después creciste, te hiciste más mujer, salías con tacos y sin miedo al papelón.


Tu carta recuerda la vez que te enseñé a bajar películas, y cuando me explicaste la diferencia entre toallita y protector diario. Jamás me hubiese acordado de ese segundo nombre, menos mal que tengo tu carta, además. Esa noche nos quedamos hablando sobre cosas de mujeres hasta bien tarde. Que cómo es el dolor de ovarios, que qué es un pelo encarnado, que las tetas y la sensibilidad. De todo ahora sé muy poco. No cogimos, te apoyaste en mi pecho y te quedaste dormida. Yo te escuché cambiar ligeramente la respiración hasta entrar en sueños y me dormí también. Tu carta habla de todo menos de eso, de que yo siempre me dormía escuchándote cambiar el ritmo del aire.


Te extraño tanto de noche que trato de mantenerme despierto. No quiero saber realmente lo que es dormir sin sentirte. No puedo.


Me contás nuestra primera vez con toda la dulzura que no tuvo. Nos matamos, quizá queriendo aparentar que amor no había y que por eso debíamos ser todo lo salvajes que la cama aguantara. Te besé la panza, lo disfruté poco porque en un minuto ya te había desnudado. Nadie me corría, pero. Te dije todas las cosas que estar cogiendo permite decir sin pensar ni sentir en realidad. Vos también. Cuando terminamos, nos dimos cuenta de que ya nos queríamos. Eso sí está en tu carta.


A veces me muero de ganas de ir a buscarte, agarrarte fuerte y decirte que no hay opción, que no te doy a elegir, que tenés que estar conmigo porque así es. Funcionamos y nos queremos y listo, volvamos al calor de tenernos.


Qué lindo era tenernos.


En tu carta hablás de ponerle ‘me gusta’ a todas mis fotos, “es mi forma de mearlas para espantar a las demás” decís. La semana pasada cambié la que tenía porque ver tu ‘te amo’ cada tanto, cuando alguien nuevo pasaba, se me hacía insoportable. Y ahora tengo esta foto nueva y no estás. Es una estupidez inmensa, ya lo sé, pero es otro lugar en el que no estás.


“De las veces que transpiramos de más y tenemos que separarnos un ratito para no quedar asquerosamente pegados”, de esas sí me acuerdo. Todo el mundo debería tener un frasco de emergencia con un poco de verano y vos mezclados para aliviar cualquier pena.


Mi parte favorita dice: “Me envolvés y es como si adentro apareciera un techito, como si la manta siempre me llegara a los pies”. Que nunca te falte mi abrazo, aunque acá ya no estás, que nunca sientas el cuerpo desamparado.


Esta es una carta sobre tu carta. Cosas que no te conté porque no te escribí y algunas que espero nunca borrar. Nos amamos tanto que sólo se me ocurre algo peor a extrañarte todo el tiempo; y es empezar a olvidarte.


Te debía una carta.
Hace rato que el tiempo no pasa.

Todavía te tengo encarnada.

martes, 23 de junio de 2015

Carta de presentación

Burlate de mi equipo de fútbol femenino
pero andá a verme jugar algún sábado.

Dejame apoyar la cabeza en tu falda
para quedarme dormida
en los micros de larga distancia.
Y haceme así en el pelo.

Quiero poder abrigar mi nariz en tu cuello
todas las noches de invierno,
ver tu cara de recién amanecido,
con los ojos chiquitos
y el labio inferior más para afuera que el otro
las mañanas de verano
y las demás también.

Ojalá sepas leer mapas
porque cuando viajemos juntos
te lo voy a delegar.
Pero tampoco del todo
así algún día nos perdemos.

Presentame a tus amigos,
que me quiero llevar bien.

Decime que estoy linda cuando me mires y te guste más que ayer,
Y que qué es ese rodete que me hice
cuando aparezca demasiado improvisada.

Veamos algún partido juntos,
te prometo que no voy a opinar sobre los jugadores.

Endulzá con frases hechas a mi mamá y a mi abuela,
y explicale a mi papá
cómo usar la computadora que le recomendó el técnico
pero es mucho para él.

Durmamos juntos casi todas las noches.
Por favor.
Reíte con ruido y lágrimas,
acusame de no saber contar chistes.

Nunca me llames por mi nombre completo
a menos que sea a propósito
para que yo salte y te aclare que no me gusta
y vos digas que ya sabés,
que por eso lo hiciste,
que para molestarme nomás.

Dejame decirte que te amo yo primero.
No me va a lastimar
ni un silencio ni un 'yo también'.

Ignorá mi gusto por galanes trillados
si alguna vez digo algo para celarte.
Ni Jim Morrison,
ni Sean Penn,
ni Pirlo me mueven un pelo.

No me hagas llorar
pero no me lo impidas si estoy mal por otra cosa.
Abrazame.
Cocinemos, salgamos pero no tanto.
Regalame pavadas seguido,
como golosinas
o blocks o resaltadores chiquitos.

Extrañame un rato después de que llegue el colectivo y nos despidamos.


Proponeme cosas nuevas.
Empujame.

Me gustaría que me dijeras 'amor', 
así,
sin pronombre posesivo.
Yo te voy a decir como vos quieras.


Y vení a buscarme.
Siempre volvé a buscarme.

viernes, 19 de junio de 2015

La concha de su madre

Discutimos llegada la quinta vez que no. “Cojamos -le grité- No sé cómo pedírtelo ya. No sé qué te pasa. No sé...no sé si te gusto. Cojamos fuerte como si mañana te chupara un huevo volver a verme”. Ahí hubo una pausa y él se dio vuelta apoyando (prácticamente golpeando) su cabeza contra el estante de los platos. Suspiró y no dijo nada por unos segundos. Yo me arrepentí de mi reacción. No era lo que quería decir, no me importaba tanto coger con él como poder coger con él pero hacer otra cosa, ver una película o lo que fuera. Ni siquiera soy tan sexual, si es que existe jactarse de.


Sabía que tenía que “consolarlo” o no darle importancia porque para los hombres no poder concretar es el mismísimo fin del mundo. Y lo habíamos vivido cinco veces ya. Cinco fines del mundo es mucho para cualquier pobre diablo. Cada noche sumaba una mancuerna de 10 kilos. Yo estaba angustiada y quise ocultarlo porque mi novio anterior siempre repetía que ojalá rompiera todo en vez de llorar, y son pavadas que una se acuerda cuando aparece alguien nuevo. Así que imposté enojo. “¿Te pensás que no quiero?” contestó sin mirarme. Giró, se acercó. “¿Te pensás que no me gustás? ¿De verdad pensás que no me gustás?” No, pero contesté “No sé”. Ahora estaba en jaque por ser idiota y vomitar una bronca que no tenía. Porque decenas de amigas me habían consignado abandonar, que la edad, que la diversión, que lo efímero, que “si no pasó por algo es”. A mí esta edad y toda su parafernalia me presionan. Siento el peso de tener que tomar hasta demostrarme todas las noches que sí, que tengo un límite; de dormir poco y con el eco de los parlantes de lugares inhabilitados, o de coger sin gustar. Odio coger sin gustar. Ahora gustaba sin coger.


La verdad, también esperaba que la bronca del momento desencadenara una situación de película en la que él me tirara arriba de la cama, me sacara todo con desenfreno nervioso y nos olvidáramos de esas cinco veces. No pasó. Nos calmamos y le pedí perdón por gritarle.


Él: Perdoname, me gustás mucho, pero no te puedo volver a ver.
Yo: ¿No podés o no querés?
Él: Ya no quiero seguir dándome la pera contra el piso. No sé qué me pasa con vos que me anulás. Quisiera saber explicarlo como vos que sabés hablar de cosas, como para que no te sientas ofendida porque es todo lo contrario. Me siento un pelotudo diciéndote esto. Un pelotudo en general, también. No sé, es como si al momento de cogerte sintiera que sos demasiado para mí o algo así y no puedo. Es una estupidez, tampoco sé si es eso exactamente. Pero quiero dejar de maquinarme porque me está quemando.
Yo: ¿Pero no puedo hacer nada para, no sé, para que sigamos viéndonos? A mí me gustás en serio.
Él: No, perdoname, de verdad. Ya hiciste un montón, te bancaste todo esto.
Yo: O sea que que yo quiera estar con vos no vale nada.
Él: Me encantás pero, esto debe sonar como la pelotudez más grande del mundo, pero me encantás de más. Me gustás tanto que me aplasta eso, no sé cómo ponerlo en palabras. Si me escucharan los pibes se cagarían de risa y después me fajarían.



Intenté convencerlo tres o cuatro líneas más y me fui. Durante todo el viaje a casa pensé en lo que me había dicho. No dudaba de cómo se sentía pero creo que hasta hubiese preferido que no quisiera estar conmigo porque no le gusto y ya. Eso lo entendía. Ya sabía lo que era sufrir la no reciprocidad. Un desastre, pero es el malo conocido.
Y no soy mucha mujer. Las muchas mujeres son auténticas y se las quiere sin pensar dos veces. Se las quiere no pudiendo creer lo que se tiene al lado. Mirando y agradeciendo a quién sabe qué deidad conocerla y que te diera cabida. No soy mucha mujer. Soy chica, además. Soy una chica que finge enojos porque le dijeron que es la reacción que hay que tener, que no puede darle el prefijo ‘ex’ a su novio anterior porque siente que lo trivializa así que lo llama novio anterior.
Estoy hecha de cáscaras, no soy mucha mujer.


Esperé unos días a ver si algo. Capaz se le pasaba. No quise contarles a mis amigas para que no me convirtieran en ‘la prima de la hermana de tal’ que intentó bajarse a un pibe cinco veces y a él no se le paró. No apareció. Empecé a pensar todo lo que no hay que pensar en estado de vulnerabilidad. Que siempre le gustó otra, que fue un verso para evitar decirme que no quería porque no quería, hasta que era puto. Busqué por todos lados evidencia de alguna de estas cosas, pero nada.


Sí me arrepentí del mes de preámbulo con sólo besos que quizás había puesto en ese ‘finalmente’ mucha expectativa. Nunca hay que hacer de la situación una sala de espera, hay que avisar que acá estamos y abrir la puerta. No hay peor que una sala de espera.


Cualquiera diría que es el mal menor. Que peor siempre es querer de a uno. Pero cualquiera no sabe la frustración que genera querer(se) y no poder. Preguntarse qué y cómo puede ser y buscar en lo que hay, porque hay, la puntita de algún ovillo.


Resolví jugar una última carta y, si no, saltaría ese charco y seguiría nomás. Le mandé un mail con todo lo que nunca le había contado ni mostrado ni nada.


“No sé bien si esto servirá o de qué, pero acá va:


-Tomo mate con edulcorante.
-Lloro si escucho ‘Ella también’ de Spinetta.
-Ir al chino juntos me pareció una citaoalgoasí hermosa, mejor que cualquier otra.
-No me olvidé de devolverte el buzo. No quise.
-Cuando llamo a mi mamá para ver cómo está, le digo al perro “¿Vamos a hablar con la abuela?” Ya sé que está todo mal con esto. Ya sé.
-Leí 50 Sombras de Grey. Me gustó.
-Todos los días durante dos minutitos pienso en una charla que tuve con mi abuelo a los 10 años porque me da muchísimo miedo olvidarme de su voz.
-Escucho los audios que te mando antes de que se manden. Cancelo algunos si no me gusta cómo sueno.
-Leo la última oración de cualquier libro antes de empezarlo. Así me cagué dos.
-De chica me gustaba cómo se paraban las que tenían los pies para adentro, como si las puntas se quisieran tocar, así que lo incorporé conscientemente y ahora no me puedo deschuecar.
-Creo en el amor para toda la vida.
-Imito muy bien al chabón de Mi Nombre es Sam, pero probablemente no te lo muestre nunca.
-No me gusta mucho hablar en inglés delante tuyo, cuando nombramos bandas o cantando, porque vos hablás mejor y me inhibe.
-Durante una semana me tomé taxi a tu casa, no bondi, porque no conocía el barrio y me daba cosa bajarme en cualquier lado.
-Voté a Lilita una vez.


Estas son algunas de las cosas que me hacen todo lo contrario a “demasiado”. Lo escribo un poco para vos y un poco para mí. Para aprender a relajarme y llevar esto como una campeona. Quiero verte, me gustás.
Besos.”


No respondió nunca más. La concha de su madre. Cómo no va a responder. La concha de su hermana, de todas las mujeres de su familia. La concha suya también. Esta vez, la sala de espera era involuntaria. Igual, no hay tiempos indicados en ningún lado. Pero son mails y los marcos temporales siempre supieron ser cortos y -como con todo- la costumbre hace que uno termine casado con esa idea.
No hay tiempos indicados, pero la concha de su madre.


A los ocho días, respondió. Su nombre y el (1) al lado fueron como un sedante, a quién le voy a mentir ya.


“-Me gusta mucho una chica y no me la puedo coger porque no se me para (x5)
-Quiero invitarla al chino y después a casa pero si a la mañana siguiente profana el mate con edulcorante voy a tener que rajarla y me da no sé qué.”


La punta del ovillo.

Hoy nos vemos.

lunes, 15 de junio de 2015

Tus productos light

Ya no vivo bajo la tiranía de tus cosas
y qué suerte tengo.


Las paredes de este cuarto 
no transpiran cigarrillo
tampoco hay rayitas de luz 
que se abran paso entre la persiana
como con tele
duermo sin vos.


En la heladera hay salchichas y demás porquerías
la leche venció, el queso también.
Me gusta que queden ahí, igual
como una declaración de principios
o un recordatorio.
Una separación.
Ya no tengo por qué rendírmeles a tus productos light.


Hace semanas que no como con mantel
el rollo de cocina es infinitas servilletas,
pañuelos o incluso trapos.
Atún en aceite, gaseosa común.


A tus cosas las metí en un cajón de frutas,
desordenadas,
juntando polvo
un poco para que no me dominen,
un poco para que te moleste verlas así.
Es que prolijas son más ‘tus cosas’
y no puedo soportar tanto vos.


Qué suerte que ya no recibo
notas de personajes yankis
que no conozco ni me interesan.
Puedo usar ropa naranja
combinada con violeta,
ponerme calzoncillos gastados.


Puedo ser un desastre.


Como una declaración de principios
o un recordatorio.
Una separación.


¿Y vos? Debés estar feliz también.
Rompiéndole las bolas
a otro pelotudo
porque mucho tiempo sola 
seguro que no aguantás.


Te pasearás con tu cinturita
por ese living inmaculado
acomodando un mechón detrás de tu oreja
para que el encendedor no lo haga cenizas.
Quejándote y llorando
por la mala conexión,
la lamparita que se quema,
el ropero que no cierra
como si estuvieras frente a La revolución de las cosas.


Esta es La revolución de las cosas,
¿no ves?
Destruir el pasado con insignificancias
y dejar todo sin barrer,
sin limpiar.
Juntando mugre 
alrededor de un cajón de frutas.


Puedo ser un desastre.
Como una declaración de principios
o un recordatorio.
Una separación.


En fin: contarte que lo logré
que creo que lo logré
que ya no vivo bajo la tiranía de tus cosas
no hago la cama
no entra luz a la mañana
(ni más tarde ni después).


Dejé vencer mi cocina entera
deseché nuestra relación
pero lavo,
guardo,
ordeno y clasifico
todos los envases
de tus productos light.


martes, 9 de junio de 2015

Documento1

Un día en la caja de objetos perdidos



Siempre lo mismo. Titila el cursor sobre un documento en blanco que con cada caracter cobra esperanza de ser obra maestra. Esa que abre las aguas y de repente una da entrevistas, agradece a desconocidos, se siente observada en el subte y tiene muchos pretendientes. Escribo esto para ganar tiempo y para que el tiempo pase; y al releerlo me doy cuenta de que, o el pan, o la torta.


Escribo desde la caja de objetos perdidos.



Hay olor, humedad, y está lleno de personas que murmuran cosas en otro idioma que no entiendo ni tienen que ver conmigo pero quiero escuchar igual. Algunos se quejan del frío y otros del calor, ya no saben cuántos cafés tomaron o litros de agua calentaron. Nos advertimos y nada más que eso, nos advertimos.


Dice Pessoa “Cansa ser, duele sentir, pensar destruye”.


Acá nadie me mira como vos, con esa expresión de tener enfrente eternas buenas noticias. Las madres buscan comida y abrigos, los chicos juegos, los adolescentes no saben bien qué; los grandes, respuestas. Porno buscan los adolescentes, Julieta. Porno. Yo, mientras tanto, pienso que lo mismo da, que igual ya no puedo hacer nada de lo que me gusta; ni robarle las macitas del cortado a mi papá, ni jugar con mi sobrina a las muñecas, ni meterme en la cama de mi mamá si tengo una pesadilla. Ni siquiera escribirte puedo.


Pasa un desconocido y apoya su mano en mi hombro. “Amamos antes, vamos a volver a amar” dice. Me aferro a ese consuelo como si fuera la última llamita del fogón que no hice pero aproveché. Te imagino, con tu agenda abultada, tus ganas de todo y la pregunta qué fue de nosotros que no te querés hacer, explicándome que estoy desangelada. Yo ni me gasto en contestar, en cambio miro tu frente con forma de corazón y me acuerdo de cuando me dijiste que conocías toda la Argentina gracias a Ferro; y yo me reí y lo anoté en algún papelito que ya perdí.


Me siento con Malena, una chica de 17, a charlar. Termino diciéndole que ojalá de grandes podamos contarles a nuestros hijos que, cuando teníamos su edad, la gente moría por un cáncer. Malena llora y yo me desarmo porque ver a mujeres tristes me resulta terrible. Además, Malena es hermosa y todavía inocente.


Recorro cada metro cuadrado. El piso hace ruido cuando piso y yo no encuentro forma de que esta oración no muera en una redundancia. Pienso en vos todo el tiempo. Por suerte, eso no tiene ni necesita pompas enaltecedoras para sonar lindo.


Y qué si no salgo de acá. Si sigo esnifando tu remera como si quedara entre los tejidos alguna partícula de lo que fuimos para reír o llorar o tocarme; si en el intento de censurar todo lo que lleva tu etiqueta me quedo sólo con dos comidas, tres canciones y algún que otro bar.


A Malena le hablé de vos. Ella sabe de amor porque ahora el amor es cultura emergente, es esa banda under que vio en un sucucho de mala muerte y le voló la cabeza. Todos queremos darle voz y que sea tapa de nuestra revista de poca tirada. Sabe de amor porque es hija de su época, como todos. Porque cree que ya le rompieron el corazón, porque sabe que se lo van a volver a romper. Y ahora lo busca en todos lados, sale dolorida de algunos pogos pero convencida de que, sin ese dolor, todo lo demás no se disfruta tanto.


Le conté que me habías escrito una canción. Ella me dijo que hay que celebrar cualquier cosa que haya hecho nacer una canción. Yo, al revés, que celebro cualquier cosa que haya nacido de una canción. Nos fundimos en una poética vacía que a nadie le importa.


Agarramos lo que encontramos, un aerosol amarillo a punto de acabarse y algunos marcadores con las puntas gastadas, y pintamos toda la pared. Al dar dos pasos para atrás, lo vemos. Se lee grande y claro: "Nadie puede solo".

Una vez escuché que “no todo texto es autobiográfico, pero tampoco tenemos tanta imaginación”. También que “más útil que tener una musa es haberla perdido”. Cuestión que el tiempo pasa, hay olor, humedad, y sigo sin averiguar si o qué estoy ganando.


Esta no será mi obra maestra.
Vos tampoco.