martes, 13 de agosto de 2013

Pozo.

Habíamos estado girando sin vernos, como tirándonos de un barranco. Pero no éramos nosotros sino dos sombras, dos siluetas revolcándose. En eso pensaba cuando me preguntaste en qué estaba pensando. Pero contesté cualquier otra cosa, algo sobre los azulejos de la cocina y sus formas.
            Sonaba música muy bajita, tan bajita que parecía humo con el que se podía jugar. Vos marcabas el ritmo en mi panza, yo hacía fuerza para no dejar de pensarte como una sombra, porque me daba miedo saberte de carne y hueso, fuerte, tangible; y ya con tu exhalar en mi nuca se volvía cada vez más difícil. Creo que todavía estaba en la cornisa de las expectativas, mirando hacia abajo, queriendo tirarme a lo real pero no sabiendo cuán lejos estaba, ni si tenía paracaídas. Olvidando que no saber volar es sólo un cuento mal contado.
            La oscuridad jugaba a mi favor. En tanto no hubiera luz, vos no serías real. Yo tampoco. Y los dedos golpeando suavecito mi piel podían ser cosquillas chinas, de esas que nos agarran de repente a la noche y pensamos que quizá sea algún espíritu. Lo mismo con el aire en mi nuca, un chiflete que entraba por la ventana.
            Las sombras estilizan y enaltecen. Seguramente me estabas viendo así, en versión sombra, mientras que el miedo que tenía me reducía tanto que habría entrado entre tu boca y mi nuca. Me preguntaba si vos también estarías concentrándote para no ver eso. Como yo, pero distinto. Es que la tristeza que tratábamos de ocultar se notaba demasiado como para no enamorarnos.
            Una revolcada entre siluetas que pasaría a ser recuerdo, como tantas otras. Porque de eso nos alimentamos, de pedacitos de pasado. Somos un rompecabezas de pasado, y se nos distinguen las grietas, las divisiones entre piezas, las que metimos a la fuerza en donde no debían ir. Pero sin luz, todo eso no es más que una linda combinación de palabras.
            “No hay nada de malo en no querer ver, no te hace menos hombre” te dije, bajito, casi suspirándolo, en parte anhelando que no escucharas. En eso el humo que no había se quedó quieto, ya impidiéndonos jugar. Te paraste, cortando el chiflete y las cosquillas, y te moviste, todavía silueta, hacia la puerta. Prendiste la luz.


Yo me achiqué tanto que me perdiste de vista. Vos te desdibujaste, te desvaneciste. Finalmente, fuimos reales. Se ve que volar no es fácil.