lunes, 5 de diciembre de 2016

Pero a los vientos de odio, yo me quiero enfrentar

Le dice que ese chico no la podría hacer feliz nunca. Lo describe físicamente, como remitiendo a o reforzando lo anterior pero después, cuando le preguntamos qué tiene que ver con la felicidad a brindar, dice que no hablaba de eso, que además, dice.
En algún momento alguien tira, también conectado pero no, que ojo que hay mucho forro creyéndose superhéroe por jactarse de frontal. El problema y consecuente llanto de Laura pierde protagonismo frente a todas las búsquedas menores pero inevitables del resto.

¿Y vos a quién podrías hacer feliz?

Una foto publicada por Lucas Garcia Molinari (@_lucasgm_) el


Ver a una mujer llorando te dobla en dos, si tenés algo de alma te tiene que doblar; le dice otro, afuera, fumando un pucho. Somos el peor grupo de amigos de la historia. La escena de casa alquilada, una maceta huérfana, computadora en el piso casi sin batería, un poster mediano, puf y balcón chico pide una genuidad que no podemos darle. Nos aferramos a lo mixto que se rompe en cada conversación porque, contra toda batalla que nos empecinamos en dar, los chabones son muy chabones y las minas somos muy minas. Así lo describimos cuando acordamos en desacordar. Nos parece simpático. En el fondo es de lo más nocivo.

Laura sufre por un tipo que no la quiere. Laura sufre porque un tipo no la quiere. No sé si es lo mismo. Para mí lo doloroso es que no te quieran, no quién no te quiere. Porque me van a volver a no querer, y a vos también Laura, y se va sentir igual de mierda. Las traiciones, las peleas, el medalomismismo extremo, la ausencia, todo se lee así.

No
me
quieren.

Eso no se lo digo porque sé que lo sabe y para qué rociar de alcohol las heridas. Lo que no entendemos, ella y yo, es de dónde sacamos estas ganas, entonces. Cómo alimentamos, sobre la nada misma, esta incontinencia por hablarte, verte, una foto, todas las fantasías. Alguien nos dijo que hay que aferrarse a la persona que te extienda los límites de la imaginación y le hicimos caso de más. Los consejos con ‘hay que’ acá se rematan. Se donan.

Miramos actividad variada de la ex. Alguien dice que es hermosa. Otro lo codea con fuerza. El primero se redime con un torpeza intencional que da asco. Con ese tono medio de maestra jardinera mezclado con soniditos tipo “ndt” de comprar tiempo para sobre explicarse.
“Somos amigos de grupo”, digo yo cuando hablo del frontal, pero la verdad es que me parece una bosta.

Cuando me da una mano me siento medio culpable por pensarlo así. Cuando me dice que estoy linda le creo más que otras personas. Debe ser porque lo dice poco.

Todo lo que nos gusta nos hace su víctima.

Lo digo en voz alta. Nadie reflexiona al respecto porque nadie siguió mi camino hasta ahí porque fue mental y porque es vergonzoso.

Laura sigue llorando. El resto está en la suya. Cada tanto vuela una autorreferencia que viene forzosamente al caso.


Yo pienso en que me encantaría desarrollar la inmunidad de la que se habló en el balcón, sobre todo, para el propio llanto.