lunes, 29 de diciembre de 2014

Decímelo más despacio, por favor.

En el consultorio había sólo dos sillas aparte de la del doctor. Como estábamos mi mamá, mi hermana y yo, me quedé parado. Además, cuando me inquieto prefiero estar parado.

Fuimos a recibir una noticia “no tan mala” esa tarde, casi preparados –si es que se puede- para un diagnóstico complejo pero no grave. Al menos eso supusimos por lo que nos habían dicho los últimos días.

El médico nos saludó y nos invitó a sentar (vi que tenia una cafetera Nespresso detrás de su escritorio, pero no nos ofreció nada. Imaginé que eran para su consumo personal o para pacientes que no fueran a consultarlo por obra social).

Lo primero que dijo fue algo así como “...voy a ser concreto, sin preámbulos. Su mamá tiene cáncer. De pulmón. No se puede operar…” Hay momentos en los que el mundo literalmente se detiene, se congela. Ese fue uno sin dudas.

“Decímelo más despacio, por favor” le contesté, y no tardé mucho en quebrarme. Mi hermana y mi mamá no me veían porque estaban sentadas, pero yo ahí detrás empecé a llorar. Nos habló un rato más sobre tratamientos, mejoras, futuros inciertos y nos fuimos. Consternados. Helados. Mi hermana abrazaba a mi mamá y yo iba atrás o adelante de ellas (no recuerdo con exactitud) llorando sin parar. Una de esas historias que uno escucha de otros o lee, de repente llegaba a nuestra familia.

No hay novedad en que tratar con la posible muerte de un ser querido es todo un tema. Y yo soy bastante llorón. Extemporáneamente llorón.


Ostento dos récords mundiales extraños. Nadie lloró más en su Bar Mitzvá que yo y nadie lloró más en el Bar Mitzvá de su hijo que yo. Está todo documentado y paso a explicar.

El viernes a la noche de mi ceremonia, mis padres se agarraron a piñas (así como lo digo) a la salida del templo. Delante mío, delante de mis amigos. Mi mamá, creo recordar, saltó los escalones del templo de Camargo y se le fue encima a mi papá a los gritos (deduzco que fue porque mi papá apareció con su pareja nueva). Esa noche habré estado llorando desde las 22:00 hasta las 04:00. Sin parar. Era mi noche y estos hijos de puta me la estaban cagando. Sobre todo mi vieja con su reacción de loca. Deseé que el sábado no fuese a mi fiesta. Lo confieso. El sólo pensar que podía montar una escena similar ahí me hacía mucho daño. Me daba terror. Hablamos largo y le dije claramente que si no se sentía preparada, no fuese. Fue igual y por suerte no pasó nada. Excepto el daño que ya estaba hecho.

El jueves del Bar Mitzvá de mi hijo en la ceremonia de la mañana, el Rabino empezó a hablar y yo a llorar. Al límite del papelón. Él hablaba, yo lloraba. Éramos a lo sumo 50 personas en una sala pequeña. Hizo alusión a algo cabalístico referido a las lágrimas, pero yo no escuchaba con claridad. Sólo lloraba. Fuerte.

Garantizo que nadie tiene este récord.


Mi mamá parecía que mejoraba, pero hace tres meses tuvo dos ACV al hilo. Está en su casa postrada.


Hace casi dos meses estaba jugando al fútbol como todos los sábados y vi pasar la ambulancia por la calle que linda con la cancha. Iba rápido. Cuando las ambulancias van rápido, algo pasó.

A los diez minutos, un amigo que estaba afuera me grita con la cara tensísima y me pide que por favor salga. Imaginé automáticamente lo peor, la fórmula ambulancia + amigo que me llama serio y apurado… Mis hijos estaban en sus actividades por ahí.

Corrí hacia él gritándole “no, Negro, por favor, no”. Automáticamente y sin que yo le dijera más nada respondió “Tranquilo, no son los chicos”.

“Decímelo más despacio, por favor” le respondí, “…no son los chicos, pero es Silvia, la mamá de tu hermana, se desmayó y la llevan al Austral, no se veía bien…”
Lo confieso. Que nada le pasara a mis hijos hizo que la sangre me volviera al cuerpo. Otra vez, la vida, el mundo, se me congeló por un instante. Pensé en mi hermana.

En el mismo momento lo llamaron a mi papá por teléfono. Le dijeron que Silvia se había desmayado y él entendió que era yo, Sebi. Cosas de mensajes telefónicos. Tardó algo así como 3 minutos en volver a sí hasta que entendió que no era yo sino Silvia. Supongo que le habrá pasado lo mismo que a mí.

Quise llamar a mi hermana y fundirme con ella, pero me aconsejaron que esperara a que llegara.

De ahí, todos al Hospital Austral y más tristeza para repartir.


Amo a mis hermanas. Obvio, como cualquiera. Pero nosotros tuvimos que construir nuestra relación nosotros, con nuestras manos. Vivimos poco y nada juntos, nos conocimos de grandes. Las adoro. Son mágicas.

Ayer Juli me contó que su mamá mejora y ahora “ya usa pañales”. Mi mamá, que está en este momento postrada, también usa pañales. Parece mentira, ¿no? Pero es real. Compartimos el mismo padre, no la misma madre. Y las dos están usando pañales, al mismo tiempo, con la nada y el todo que eso dice. La vida nos hizo más hermanos que nunca.


Yo sé que soy el mayor, el que armó su familia, el que trabaja a destajo, el que trata de organizar, sostener y contener. Por no soy ningún superhéroe y por momentos me retuerzo de dolor. Como el junco, que se dobla pero no se rompe.


Ostento el récord que les comenté. No todos tienen un récord, y últimamente cada vez que me vienen a decir algo, respondo “decímelo más despacio, por favor”.



jueves, 18 de diciembre de 2014

"Todo lo que no quiero para Navidad"

Hoy estuve esperando el colectivo casi media hora. Todo ese tiempo me lo patiné mirando a un chico de veintipocos o menos, sentado, hecho bolita, en puerta de un edificio. Inventé que pensaba esto:

“Para Navidad quiero una novia hermosa. Una que no pueda reírse sin hacer un escándalo, que haya usado cartuchera de lata en la primaria, que salga sin corpiño sabiendo que la van a mirar. Y que le guste. Quiero lidiar con el problema de hombres buscones. Y que me elija la ropa. Por eso no quiero ropa.
Buscarle el parecido con alguna estrella de Hollywood. No encontrarlo. Que no sea canchera, que no le diga ‘laburo’ al trabajo ni ‘vieja’ a su mamá. Que no entienda los chistes a tiempo. Flaca, alta, amiga de mis amigos, de los suyos, más cómoda de día que de noche.
Quiero una novia a la que no le pueda terminar de demostrar nunca lo loco que estoy por ella para que no se espante. Que me diga ‘te amo’ pocas veces. Cuando le compro caramelos, por ejemplo, o cuando soy yo el que se para a apagar la luz. Las suficientes. Que no le moleste no saber. Que pregunte.
Que sea tan hermosa que mirarla duela. Que se emocione de más y con poco. Que sepa contar historias. Por eso no quiero un libro.
Fanática de las hamburguesas y la ensalada de tomate, lechuga y cebolla. Que, de poder elegir, elija estar parada a sentada. Que guiñe un sólo ojo y con dificultad. Que se toque mucho el pelo. Una novia que no se coma las uñas pero tampoco se las pinte seguido. De la banda del invierno. Por eso no quiero un ventilador de pie. Tampoco una malla.
Además, quiero que le guste coger pero no necesite hablar ni hacer chistes al respecto. Que le guste entre y para nosotros. Que sea algo muy nuestro.
Que sepa tomar pero no fumar. Que cuando se fastidie prefiera dormirlo que llorarlo. Por eso no quiero un pañuelo refinado, de varón.
Que me haga falta días enteros. Que me dé tiempo de extrañarla. Que viva en un eterno querer aprender piano o guitarra y nunca lo haga.
Una novia de esas que la gente piensa que no hay, que no existen, o que están ‘tomadas’; pero que seguro haya cientos y quizá ella está sola y esperando a que se hagan las 12 para pasar Navidad juntos. Una novia hermosa, bah.”

Cuando me subí, mientras me hacía lugar al fondo, ví que se abría la puerta del edificio. El chico se dio vuelta. Yo me fui.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Hoy, hasta ahora.

El médico tardó en llegar.

Hoy movió un poco el brazo izquierdo y la boca, le pregunté algunas cosas y me hizo de vuelta "sí" con la cabeza varias veces. Eso por un rato, después me parece que se quedó dormida. Cuando llegó, el médico me dijo que es normal, que 
al principio tienen períodos "activos" cortos y más largos los de agotamiento, que después se va revirtiendo. No abrió los ojos esta vez. Cuando le daba besitos o le acariciaba la cabeza como que se movía un poco más. La pasaron a la habitación 10. También me dijo que los estudios siguen saliendo limpios, mismo la tomografía, que no apareció ninguna complicación nueva y que sigue respirando bien sola así que estaría lista para trasladar.

Le conté varias cosas. Que la abuela me hizo un pastel de papa pero hacen un millón de grados y no lo puedo comer, que Eme y José se fueron de viaje, que estoy con bastante trabajo, que la semana que viene se recibe Martu, que el martes fui a comer a lo de Seba y nos sacamos una foto muuuy linda que tengo en la billetera y que le compré un aceite de oliva al novio de Pepe que a ella le encantaría. De la foto también le dije que seguro me va a pedir una copia. "Franco está hecho un señor" le conté. También que el viernes tengo la comida de fin de año con los del trabajo y que la semana que viene toca Juan.

Antes de irme, le dije "Bueno, ma, paso el finde. Sabés que te amo, ¿no?" Asintió y me puse a llorar. Y me fui.

Manejar en autopista con música me gusta mucho. Viajé escuchando la lista de "En la ducha" a pesar de no estarlo porque hace mucho que no. 
(Que no la escucho, no que no me ducho.)

Apareció Richard Cheese y me acordé de cuando, a los dieciocho o por ahí, fui a preguntar a la barra del bar qué estaba sonando. Al día siguiente me bajé seis o siete temas del Ares. Después presté atención a "If I stopped lying I'd just disappoint you" de Come Undone y pensé en que posta. Que re pasa. Ahí se me cortó la inspiración con una publicidad del nuevo tema de Coti y sentí "me urge escribir", e inmediatamente "qué sensación insoportable". Pero insoportable como la usan Juan y sus amigos. Cuando ven a una chica hermosísima en el tren, por ejemplo. Insoportable de tener cerca, de mirar. De sentir.

Me molesta que Coti diga Spotifái. Acentuado así, ahí. Como si lo dijera en guaraní, no sé.

Pasé un tema de Roxette y dejé Cómo Mata el Viento Norte, que la cantaron mis amigos en el interhouse musical hace un par de años.

Cuando estacioné el auto en casa ya estaba tranquila. Ahora escribo en una nota del celular desde el vagón. Estamos casi todos sentados.

-

Acabo de llegar al trabajo. Todavía no almorcé.

Extraño todo lo que repasé hoy, hasta ahora.

Publicar.




miércoles, 3 de diciembre de 2014

Sobre deseos.

Cuando paso por debajo de un puente y me atraviesa un tren,
cuando veo un avión,
cuando cumplo otra vuelta al sol y soplo velitas,
cuando juego con pestañas propias o ajenas que se salieron.
Hasta los diez, que mis papás se vuelvan a juntar.
Después, que me dé bola Gonzalo.
Que me dé bola Lucho.
Que me dé bola Tomás.
Que alguien me dé bola.
Recibirme.
Que mi tío se recupere.
Que la gente que quiero sea feliz.
Mudarme sola.

Que mi mamá me vuelva a mirar,
a sonreír,
a asfixiar de amor,
a cocinar.

Concebir (a) la muerte como un alivio,
un descanso.
Desenterrar el miedo.

Que lo único que me atrevo a nombrar como ‘natural’, sea.
Con el horror que arrastro al pensarlo.
Con la vergüenza que me invade escribirlo.

Que si realmente creyera en desear,
me atrevería a convivir con la culpa.

Nadie merece ese cambio de planes.
El ciclo invertido.
No, interrumpido.

Que mi abuela se vaya antes que mi mamá.
Y que pueda seguir deséandolo miles de aviones más.
Hasta que se me caigan casi todas las pestañas.
Hasta estar mareada de tanto girar.