Siempre quise
preguntarte, Luis, qué opinás vos sobre el arrepentimiento. No sé, para mí
tiene mala prensa. ¿Por qué hay que quemar el puente después de cruzarlo si del
otro lado no estaba quien pensábamos que iba a estar? No, no voy a decir “lo que pensábamos…”,
si siempre es un quién. Todo tiene un por quién.
¿Qué hay de
malo en arrepentirse? Te lo pregunto porque creo que entendés. No a mí en
particular, todo. Porque por donde pasás dejás una estela. Y no soy tan fanática, me parece. Es más, yo te conocí tarde. Nunca dije “El flaco”, por ejemplo.
Para mí sos Luis.
Eso de irse
en el momento justo, con la frente en alto, con dignidad. Como si la dignidad
fuera gran cosa. Yo no me quiero ir, yo quiero agotar las posibilidades de
quedarme y quedarme bien. La dignidad te la regalo, ahí está, juntá las
partecitas que fui dejando y armate lo que quieras. Creo, Luis, que la dignidad
está sobrevalorada. O que se confunde con el amor propio, qué se yo.
Arrepentirse
y volver, volver a cruzar, como en tu canción, la conocida, sabés cuál te digo
¿no, Luis? La que volvés y nada más que el viento.
Una vez fui a
un homenaje que te hicieron los de Conduciendo a Conciencia. Vos estabas, Luis.
Ahí en Matienzo. Estabas volando entre tanta gente de pie. Claro, bueno, ese.
Estuvo hermoso, lograron celebrar tu vida en vez de llorar tu muerte.
¿Te acordás de lo que dijo la chica que abrió el micrófono? “Tengo mucho
para decir, así que voy a decir muy poco”. En ese momento me pareció una
genialidad. Hacerlo simple. Comprimirlo. Hacerlo de fácil digestión. Pero hace
unos días vengo pensando en que por ahí no. Bah, en realidad, todo a raíz de que
le dije al chico que me gusta que me gusta. “Que me gusta que me gusta”, suena
medio mal eso, pero en fin. Yo se lo quería decir, Luis. Le dije bastante: que
me gusta, que hace un montón que me gusta y que no se aprovechara de eso.
También le dije que me encanta que hable de pavadas sin vergüenza; como la otra vez, que me preguntó si era ‘metralladora’ o ‘ametralladora’. Y que me recomiende
películas. Todo, no sé. Le dije mucho. Creo que yo no le gusto, pero no me
molesta. Me hizo bien decírselo. Fue como una descarga.
Luis, lo de “si
no canto lo que siento…” ¿vos lo pensaste por un algo que te crece, que se alimenta, que fermenta, y finalmente te mata? Porque yo a veces
me percibo así. Creo que pienso mucho, que le doy cuerda a cosas que me van a
terminar matando. También por eso cambié de parecer sobre lo de decir muy poco.
Si no, lo que no digo me hace eco, y me aturde. "La voz puede decir
una sola nota a la vez, pero la cabeza es polifónica". Sí, claro, cuando vos
lo ponés así suena lindo, pero cuando pasa es una cagada.
Creo, Luis,
que nunca hay que quemar el puente. Porque ¿qué si el otro quiere cruzar?
Quemar el puente es clavarle mil puñaladas a la oportunidad y llorar en su
velorio. No tiene sentido.
Hay que
decir. Decir construye el puente, cada palabra es una maderita. Con decir lo
vamos cruzando. Sí, ya sé Luis, decírselo a alguien. Si no tenemos un alguien,
no hay puente, y las maderitas se te apilan en la cabeza y te astillan las
paredes.
Qué ganas de
abrazarte tengo, Luis. Qué ganas de que tu estela se materialice. Queda, por lo
menos, tu canción. Como si fuera poco.