miércoles, 14 de enero de 2015

Podés irte si querés.

Tenía un cuadro de Diego Rivera arriba de la cama y era chicata. Esto último lo sé porque cuando me desperté, por reflejo condicionado y pensando que era mi casa (o sea, mi mesa de luz), me puse sus anteojos. Estoy seguro de que se llamaba Milagros. O Soledad o Consuelo. No, Milagros o Soledad. Cuando me lo dijo, me acuerdo de pensar en que qué nombre cargoso y de mierda. Miré su reloj despertador y varios palitos rojos borrosos marcaban las 10:53. Esto último lo sé porque empecé a mirar a las 10:52 y cuando cambió dilucidé el enigma. Sentía la boca como llena de cemento y queso crema, con olor a que algo se había derretido y/o oxidado debajo de mi lengua. La fuerza de gravedad me tiraba mucho más que cualquier otra mañana, me tiraba como desde los veintipocos no lo hacía. Cuando logré levantarme, puse un pie debajo de la cama y algo peludo chilló y salió corriendo. No vi bien qué, pero era cuestión de tiempo hasta saber si ella era una chica de gatos o de perros. Me fui a lavar la cara. El espejo conservaba un poco de vapor, índice de que alguien me había ganado de mano en la batalla contra el día que venía y el anterior. Deseé que fuera Milagros/Soledad y no otra sorpresa.

Salí del baño y lo vi. Era un gato.

Quise entrar a ducharme pero me pareció inapropiado. También, confieso, me dio algo de miedo. Casa ajena, desconocida y solo, por más día que fuera. Caminé su dos ambientes escueto tratando, por un lado, de encontrarla a ella (en cuarentialgo de metros cuadrados no debía llevar mucho tiempo); y por otro de recordar la noche anterior. Su living era como un pasillo muy ancho. Un sillón marrón de dos cuerpos que el gato había sabido devaluar a arañazos, una tele adherida a la pared y una mesa ratona de madera clarita. La cocina integrada, sobre la pared de la puerta, colonizada por un ejército de platos y sartenes limpios pero sin guardar.


Nada.


Por su cuarto entraba tanta luz que supuse era en un sexto o séptimo piso. Ni muy abajo cosa de que los edificios altos tapasen casi todo, ni muy arriba por cuestiones de horario y de sol. Abrí su ventana y miré hacia abajo. No pude contar con exactitud, pero eran más de seis. Siete, ocho o nueve pisos de altura. Tenía cuatro macetitas en un cantero flotante que, al ser contrafrente, nadie más que ella podía apreciar bien. Busqué mi ropa y me vestí. Bueno, no me vestí, me puse la camisa y me quedé en calzoncillos. Imaginé que, dada la noche que seguramente habíamos pasado, podía prescindir del pantalón. Empecé a recapitular.


Del trabajo me había ido con los brasileros y mi jefe a comer. Hablamos prácticamente toda la cena de reuniones y factores influyentes a favor y en contra para lanzar el proyecto. Pagamos y pedimos otra botella de vino. No era tanto, de todas formas. O sea, dos botellas para 5 personas. Pagamos nuevamente, nos saludamos con apretones firmes y una sonrisa corporativa, y cada uno fue para su lado. En el camino hablé con Lucho, que me insistió para que lo acompañara a la inauguración de un bar. Fui. Probé tragos y tragos con él, su novia y su cuñado del interior. Muchos, bastantes. A eso de las dos y media, Lucho sacó una bolsita y me ofreció, sin hablar, sólo acercándomela por abajo y levantando las cejas. Fuimos al baño, tomé pero poco. Volvimos y a la mesa se habían sumado varias personas. El cuñado hablaba con dos o tres chicas y estaba otro grupo que no sé por qué se había sentado ahí. Los tragos siguieron. Me saqué el saco porque moría de calor y, de ahí en más, baches.


Hacía años que no salía así ni tomaba así ni tomaba asá. Me estaba yendo muy bien en el trabajo y me había enfocado, había desplazado todo en eso.


Sobre los charcos de memoria, bueno, recordé haber invitado varios shots y cervezas, bailado con unos extranjeros de pantalones raros y maquillaje, besado a una morocha y al rato a Milagros. Soledad. No sé. También de llamar a Andrea para decirle que me limpiara la agenda del día siguiente. Al rato recordé haber hablado con su contestador.


Investigué su biblioteca para ver si algunos manuales me hacían revivir la conversación. No sabía nada de ella. No sabía si era psicóloga o estudiante crónica de, por ejemplo, hotelería. Si tenía las piernas largas o le bailaban al suelo cuando se sentaba en sillas algo más altas que lo normal.


No pude descifrar. Pura historia novelada. Algún que otro cómic.


Abrí su heladera, agua tenía que tener. Tenía. Con mi boca empastada y mi aliento a cadena de bicicleta, agarré la botella de 1.5 litros y me la terminé. El tiempo pasaba, el sol se movía al living y yo perdía la vergüenza de no saber. “Eso hace el tiempo” pensé “exfolia miedos e inseguridades”. Bueno, no lo pensé exactamente en ese momento sino varias conversaciones después, reconstruyendo la historia de Milagros o de Soledad ante amigos.


La había besado y había hablado de irme con ella pero no sabía si me había ido con ella. Me desinflé solo con un “¿Más de dos minas? Qué te hacés el galán, gil” mental. Igual, no estar en su casa por alguna razón me inquietaba más que estarlo. Era el mismo desconocimiento, la misma laguna mental, las mismas horas de desmayo con alguien que no sabía quién era pero esperaba que fuera ella aunque tampoco supiera quién era ella.


Cerré la heladera y vi una nota. “Salí a correr. Traigo medialunas. Podés irte si querés. Roncaste muchísimo. No me robes, por favor.” Sin firma.


Tenía letra de cheta. De cheta piola. De esas chetas que enamoran. Ninguna “i” con corazón o caracteres muy redondos pero una prolijidad de educación privada.


Pensé en irme y dejarle una nota graciosa en respuesta. Con mis datos, por ahí. Escribí “Lamento suponer y no saber que si hacés ejercicio probablemente seas hermosa. De manteca, por favor. Perdón, sufro de apnea o alguna enfermedad aledaña que me justifique. ¿Qué? ¿Cómics y cremas hidratantes? No podría.”


La abollé y la tiré apenas encontré el tacho, pero eso me tomó un tiempo que le restó pasión al momento. Es que estaba en la última puertita de abajo, con los productos de limpieza.


Volví a escribir y a tirar cuatro veces. Total, hasta que me decidiera entre quedarme o irme no tenía nada que hacer que no fuera a violar quizá alguna parte o regla de su casa. Cómo saber.


Después rescaté todos los bollitos y los metí en mi pantalón por miedo a que eventualmente los viera. Sí me tomé el atrevimiento de sacarle un calmante para la acidez que encontré buscando el tacho.


Me sentía mejor y me mentalicé para irme y no saber de Milagros/Soledad nunca más. Sería una gran historia. Nos conocimos, nos encamamos, ella se fue con una nota en su heladera, yo le dejé otra y nunca más nos vimos. Hubiera sido, sí.


Miré algunas fotos para saber si me había cogido a un 4 o a un 9. Bien podría haber sido algún número en el medio pero le restaba emoción a la situación. Era morocha. Quizá era la morocha del primer beso que me volví a encontrar dos o tres tragos después. Quizá habían sido dos morochas como creí acordarme en primer lugar. Mejor todavía.


Era sábado. Eso lo supe de una y me tranquilizó. Ningún incendio de oficina que apagar. Además, mi celular estaba muerto. Me alegré de todas formas por tenerlo encima y no haberlo regalado en lo que parecía haber sido una noche de esas de película sobre adolescentes o grandulones que hacen cualquiera. Me reí también por el mensaje a Andrea.


A mí no me gustan los diminutivos. Nada de “Sole” ni “Mili” ni “Lola”. Qué sé yo, cosas que se me cruzaban por la cabeza en ese momento.


Me calzaba el primer zapato cuando escuché las llaves. Me paralicé. Ya casi que estaba cómodo en ese living ajeno y no saber. Contaba con que no aparecería. En esos cuatro segundos en lo único que pensé fue en la vergüenza de mi panza de cerveza y mi aliento asqueroso. Muy de mina, creo. La imaginé entrando en calzas, con una colita alta y brillo en el pecho producto de la transpiración.


“Me entro a bañar de nuevo un toque. Compré churros, están sobre la mesa de las llaves” me dijo y se metió en el baño que estaba justo antes de llegar al cuarto. Yo me apresuré a terminar de alistarme y salir. No quería saber nada con conocernos. Quería quedarme con la Milagros, la Soledad que había imaginado. Hice mucho barullo entre ponerme el otro zapato y el saco. Se me cayeron las llaves. Las agarré y encaré para la puerta. En eso salió ella, divina, desprolija pero como en las películas que igual están hermosas, diciendo que se había olvidado de llevar ropa interior limpia. Tenía las uñas de los pies pintadas de rojo y una toalla mal envuelta que dejaba asomar una cola de no creer. Cuando me vio atinando a irme me dijo, como con tono de decepción y de dejadez “¿Qué? ¿Te vas? ¿De verdad sos así de boludo?” No contesté como por dos segundos que parecieron veinte o veinticinco.  


Me quedé ahí parado sosteniendo la vergüenza de ser un cagón “por la anécdota”.


Ella, suelta, fresca, con cara de despertarse con aliento a eucalipto todos los días. Con las cejas claritas y la piel blanca. Ni una peca ni una arruga ni un lunar.


Descubrí al rato que su boca llegaba a mi nuez. Nos besamos, ella en puntitas de pie innecesarias pero hermosas, yo todavía metiendo un poco de panza.


No me acuerdo bien cómo empezó. Repito sin orgullo ni humillación que a partir de equis momento de esa noche, sólo baches y parches y lagunas. Pero desde que me desperté en su cama sintiendo que pesaba 230 kilos y oliendo raro, sé absolutamente todo. 

No cogimos esa noche porque me quedé dormido en la mitad, me contó.

Nos mudamos juntos el martes pasado y hace un rato nos llegó el sillón. Se llama Tatiana. Yo a veces le digo Milagros, y a veces Soledad.

18 comentarios:

  1. Jaja ees muy lindo che. Te felicito

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  2. No nos conocemos y no sé cómo llegué acá, pero leí algunos post y te felicito, de verdad, tenés una forma muy linda de escribir. Me inspiraste, gracias. Te sigo leyendo, y te mando un abrazo grande!

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    1. Ey, hola, muchas gracias! Qué bueno que te guste. Besos!

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  3. No me canso nunca de leerte y como blog no tengo siempre estoy pendiente de tu Twitter para saber si escribiste algo nuevo. Hay veces que no llego a verlo en Twitter así que entro a la pc y acá estas, entre los favoritos de mi barra de marcadores. Siempre que te leo siento leer a Cortázar, ojalá no suene muy exagerada. Me encanto esta entrada. Como siempre, perfecta Julieta.

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    1. Te juro que no es falsa modestia ni que me quiero hacer la que, amo que escriban acá abajo, pero ni a palos merezco este comentario. Me falta muchísimo para eso, mucho de que no me alcanza la vida. Igual, no es puteada, es infinito agradecimiento y un poco de vergüenza. Estar en la barra de favoritos de alguien es haber llegado, para mí.
      Gracias, posta.
      Besos.

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  4. Hermoso!! Fresco, divertido, gracioso. Me encantó

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  5. "No cogimos esa noche porque me quedé dormido en la mitad, me contó.
    Nos mudamos juntos el martes pasado y hace un rato nos llegó el sillón. Se llama Tatiana. Yo a veces le digo Milagros, y a veces Soledad."
    Me atrapó hasta el final, me inspiraste a escribir sobre mi novio, gracias, a marcadores ahora mismo!
    Yo también escribo pero otro estilo, son poemas, no se si queda bien pegarte acá el link pero pedímelo si te apetece, un beso!

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    1. por favor, pasame!
      y muchas gracias por los cumplidos :)

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    2. https://www.facebook.com/slemankassisescritor
      Bienvenida entonces :p :p

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  6. Sos muy genia!
    Me encanto, voy a seguir leyendo.
    Que no se note que estoy al pedo en el laburo. jaja
    No se porque te tengo en twitter, si escribiste algo de tu abuelo te leí alguna vez.
    Voy a estar atenta a cuando publiques.
    Besos!

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    1. Sí! El de mi abuelo es de hace algunos meses.
      Muchas gracias!
      Beso.

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  7. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  8. Todas las pocas veces que te dejé algún comentario en alguna entrada me pasó lo de los papelitos: escribir, abollar y tirar... o borrar.
    Este me encantó.

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