lunes, 17 de noviembre de 2014

Analogías: descreo de los baños de inmersión.

Me quise bañar en la bañera y no entraba. La llené de todas formas, pensando en que podría alternar, bajo el agua, piernas y torso con hombros y cabeza. Hice todo lo que supuestamente debía: tiré gel de baño, sales, puse música e intenté relajarme. Me acosté, mojé un poco el piso, saqué el tapón veinte segundos, lo devolví y apoyé la cabeza en el borde.

Descansé con los ojos cerrados un rato, sin enjabonarme, sin casi moverme. Después, tomé aire y me metí. Fue algo divertido sentir las burbujas que llegaban a superficie y morían. Escuché todo aumentado. El teléfono, al vecino, los dedos de mis pies moviéndose. Todo. Hasta que me molestó un poco. Volví.

Las onomatopeyas eran otras, no las ideales. El agua no sonaba, al moverse/me, como en las películas.

Vi que se tornaba gris. Las sales se me estaban clavando en el cuerpo. Mi suciedad impregnaba el agua limpia y la suciedad de la misma ba
ñera se desprendía ensuciándome a mí. El olor se había ido y la temperatura iba subiendo a tibia de a poquito. 

La sensación, la fantasía de nuevo se teñía de mugre. Mi parte superior tenía frío y el pelo no terminaba de estar mojado por completo jamás. Me incomodé. Me acomodé. Me volví a incomodar.

Me paré a ponerme shampoo y me vi en el espejo. Parecía aceitosa, como untada con manteca o alguna forma de grasa menos feliz. Volví a acostarme, esta vez cabeza adentro y piernas apoyadas en las canillas. Pensé de más.

Tuve la opción de deshacerme de esa piel contaminada, muerta y, en cambio, elegí sumergirme en ella. Además, había crecido. Ya no era para mí. Quizá me zambullí sabiendo que, por más atractivo y renovador que pareciera, sería la misma mugre, sería fregarme pasado con olor a nuevo.


Salí a medio lavar, con algunos parches de limpieza y otro tanto de tensión cervical, pensando en que fue mi culpa por meterme en donde no cabía y en que nunca es bueno volver con un ex.