lunes, 27 de julio de 2015

Alquilo monoambiente



Alquilé un monoambiente en Caballito para llevar todo lo que pienso que hacés las horas que no mirás el celular. Te escribo desde acá, desde estos casi cincuenta metros cuadrados, mientras acomodo mis ideas desmedidas sobre vos.

Está lleno de trolas corriendo en remeras cortitas y hay una chica que me dijo que sale con vos. La miro de arriba a abajo. Tiene puesta tu camisa roja. Es hermosa. Contesta sin hablar a mi pregunta de que qué preferiría, que estuvieras con una más fea o más linda que yo. Siempre pensé que más linda porque la fea probablemente tendría algún otro plus mucho más encantador que la simple belleza. Pero no. Quiero la fea. Quiero que estés con una fea. No me importa si es brillante o lentísima en tanto sea fea. Ni volviendo a nacer me alcanza el tiempo para poder tener el cuerpo de la chica con la que estás saliendo.

Se me ocurre poner flores sobre la mesa para que todo sea un poco más cálido pero están tus libros y guías del viaje de septiembre a Tailandia. La chica con la que estás saliendo agarra uno, se sienta en el piso y lo abre como retomando la lectura. 


Miro el celular y siento un poco de ganas de llorar. Sigo pensando y trato de poner cada cosa en su lugar.

Los chicos de fútbol gritan mucho y ensucian todo. Ven pasar a la chica con la que estás saliendo y me pregunto si de mí también decían esas cosas. Tu pila de trabajo atrasado está en un rincón y la miro de a ratos, cuando me tranquilizo. La cocina está limpia y vacía. El resto, lleno de pelos rubios.

Me traje muchas botellas de fernet. Ninguna sin abrir, ninguna vacía. Todas casi por la mitad. De a ratos hay olor a porro y por momentos a limpio, a vos recién bañado.

Las chicas caminan descalzas y me pongo de mal humor porque qué confianzudas.

Llegan tus viejos que hicieron de almuerzo tu plato favorito y acá ya no cabe un alfiler.

Hay un montón de cajas re pesadas y vos que no llegás.
Que no estás.
Que no venís.

Tengo que dormir para anular este contrato infernal. 

Ya.
A partir de mañana, dejo de esperarte.

jueves, 23 de julio de 2015

Un superhéroe

No fui tu príncipe azul.
Perdoname.
Estoy a destiempo igual, ya sé.
De todo. De cualquier cosa.


¿Puedo ser tu héroe?
Quiero salvarte de algo.
Que nos debamos la vida
y nos olvidemos instantáneamente.
Nos la entreguemos sin pensar.


Puedo ser tu superhéroe.


Llevarte volando hasta algún puesto de flores.
Hacernos invisibles y molestar a tu jefe.
Leerte la mente.
Saber que todavía me querés.
Que odiás quererme.
Que la puta madre.


Hacer que llueva cuando nos vamos a dormir.
Que salga el sol cuando andás en bici.


Parar todos los relojes en la tarde que nos conocimos.
Quedarnos ahí hasta que anochezca.
Y resetear mil veces.


Llegar a tiempo.


Pero, de poder elegir
si me dieras la opción,
si ese superpoder de mí dependiera,
yo sería El Hombre Elástico.


Porque si tuviera el poder de estirar mucho,
mucho mis brazos
infinitamente
Lo usaría para armar una red con palabras.
Una que dijera
al final de la calle
en mayúsculas
y con mi reloj por ahí metido
que no te vayas.



Eso.
"No te vayas".

martes, 21 de julio de 2015

Como con las novelas

Subimos a mi casa y en el pasillo que conecta la cocina con el cuarto nos empezamos a besar como con los ojos vendados, buscando una boca y mordiendo cada vez que la encontrábamos. Nos agitamos desvistiéndonos de a dos. ¿Viste qué raro? El aire va y viene de cada garganta en piques cortos, como si desabrochar un pantalón o levantar una pollera cansaran lo que una maratón. Sólo se escucha eso, respiraciones agitadas y la sopapa de besos a ciegas.


Llegamos a mi cama, antes de tirarnos dejamos nuestras cosas en el escritorio o ese mueble que hace las veces de escritorio. Yo canté pri no pararme a apagar la luz y vos me mirás así, tratando de definir si soy una pendeja pelotuda o una piba tierna. Espero que la segunda porque me gustás mucho y entonces todo, hasta los tiempos verbales, se me escapa de las manos cuando se trata de vos. Te reíste, te paraste con la camisa desabrochada y nos dejaste a oscuras de nuevo.


Igual, siempre uso ‘canto pri’, no es que.


Volvés y yo estoy sentada y vos me tirás para atrás hasta que quedamos encimados a 180 grados. Tenés la piel calentita, por suerte, porque ese día hacía frío. Me das besos en el cuello y me encantan. Tenía miedo de suspirar de más y que pareciera fingido. No fingido como “ya está, acabé”, fingido como “ay, qué increíble este momento, me hacés sentir como ningún hombre jamás pudo”. Fingido cursi. Para cuando termino de medir eso, la intensidad de mi exhalar, ya me habías sacado la bombacha. Bajás y todo lo que hacés, lo hacés bien. Justo, ni frenético ni en cámara lenta. Yo levanto un poco la cintura para que con tus manos me agarres de la cola, como si quisieras apretar y llevarte lo más adentro mío que puedas.


¿Cuánto tiempo es el tiempo prudente para que pasemos a otra cosa? No sé si quedarme así hasta terminar. Sé que podría. Definitivamente podría. Todo lo que hacés, lo hacés bien.


Me levanto y vos no. Estás concentrado, compenetrado, no te importan los tiempos. Me encantaba. O me encantaba en potencia. Así no se usa ‘en potencia’, pero yo me entiendo.


Finalmente me incorporé del todo y me senté arriba tuyo. Te empecé a besar y a moverme y esto es un tanto difícil. Hacer las dos cosas bien, digo. Intento no clavarte la nariz en el cachete porque a mí cuando chapo no me gusta que me lo hagan. Me corrés gentilmente para pararte a buscar el preservativo que está en tu campera que está en la silla que está a dos pasitos. Te vi caminar desnudo hasta ahí. Bah “caminar”, dos pasitos, pero fue gracioso verte desnudo. No sé por qué. Hay algo de los hombres andando desnudos que me da más gracia que calentura. Con las mujeres creo que no pasa porque qué lindas somos desnudas. Los varones son más gustables con algo, un calzoncillo o una toalla o un jean. No me reí igual, habría sido cualquiera. Pero caminaste dando unos mini brincos, es un caminar que tienen varios.


Volvés y te ponés el preservativo rápido. Pero, en ese ínfimo mientras tanto, ¿qué hago yo? No te puedo dar besos porque te tapo y no sé si acostarme o quedarme sentada. Por suerte ya estás conmigo otra vez. Otra vez tu piel calentita y tus dedos separando en mechones mi pelo. “Qué lindos besos que das” te digo sin pensar. Igual me salió bien, quedó bien. Pero fue medio vomitado.

Yo no te chupé la pija. El pito, me gusta decirle pito a mí. Pero suena más chico que pija y no era chico tu pito. Era más bien pija pero a mí me gusta decirle pito. Pienso que es el pito más lindo del mundo, pero también sé que todos los pitos de los chicos que me gustaron fueron los pitos más lindos del mundo. No te lo chupé pero porque no se dio. Ya sé que es algo que se hace y listo, no es que se da, pero bueno.


La próxima.
Eso.
La próxima.


Te quería decir que cojamos de vuelta porque me pasó como con las novelas. Me fui mentalmente 20 páginas y para cuando volví ya te estabas yendo y me perdí por qué. Cojamos de vuelta que quizás en esa segunda lectura yo entiendo y vos te quedás. Viste que dicen que nunca el mismo libro es el mismo libro. Bah, nada es el mismo nada. Eso. Te quería decir eso.


Es que me gustás mucho y entonces todo se me escapa de las manos cuando se trata de vos.

viernes, 10 de julio de 2015

La pelota

Marina baja en medias porque sabe que esto va a ser rápido. Quiere convencerse y demostrarle a Juan Cruz que esto va a ser rápido, por eso baja en medias. La luz de ascensor la destroza, pero qué va a hacer sino mirarse y arreglar lo que ve.

El impacto medido indica que Marina llegó a planta baja. El piso frío la recibe y la despide en cinco pasos, que son los que da hasta la puerta. Intenta no mirar directamente hacia adelante para evitar ese ínfimo contacto visual con Juan Cruz que, igual, espera adentro del auto.

A la par, ella abre y él sale. Los dos caminan hacia el otro.

"¿En medias? ¿Con este frío?", le dice Juan Cruz. Y Marina contesta que sí, que igual esto va a ser rápido.




Empiezan a hablar de ellos cuando Juan Cruz le dice que suba al auto, que "no se puede hablar así". "No, no voy a subir, decime lo que tengas que decirme y vuelvo a casa".

Marina lee las relaciones como desigualdades y cuestiones de poder. Para ella siempre hay una cancha, una medianera o una red. Y una pelota. Cree que bajar en medias deja en sus manos la variable tiempo. Cree que muestra poca preparación y que esa poca preparación juega a 'El aire es libre, toco al aire, no te toco' con el desinterés en la medida justa. Marina piensa todas estas cosas y baja en medias.

Hablan de por qué dañarse tanto, de por qué ella no consigue respetar que él está perdido y quiere su tiempo y espacio pero no sabe para dónde ir o sí pero no se anima o no le encuentra la vuelta. Juan Cruz usa otras palabras: 'tiempo' y 'espacio' la verdad que mucho no dicen. Nada dicen. Tampoco habla de respeto. Pero él necesita eso o por lo menos cree que. Tiempo y espacio. Marina quiere entender pero tiene enfrente al amor de su vida. Ella lo sabe. Está dispuesta a esperar o perdonar o lo que sea porque es Juan Cruz con quien va a recorrer el mundo, su esposo, el padre de sus hijos, el abuelo de sus nietos. Hay un proyecto y una apuesta que se empecina en retener. Para Marina no habrá otros.

Hace ese frío frío, lógico y tautológico de julio. A dos balcones en diagonal, un chico le tira las llaves a su amigo para evitarse bajar a abrirle.

Ella le dice que no le hable más entonces. Que para qué viniste, Juan Cruz. ¿Viniste a reforzar la idea de que no querés estar conmigo? Y ahí Juan Cruz le explica que no es que no quiera estar con ella: no quiere estar con nadie. Necesita estar solo y saber que puede. Y encontrar cosas que le gusten y querer por fuera de ellos dos. Es exactamente lo que dijo la última vez. El pobre Juan Cruz debe pensar que este es un problema que lo aqueja a él solo, que el resto sabe con precisión qué quiere ser y hacer.

Pero Marina sabe. Quiere ser su mujer.

La pelota estaba del lado de Juan Cruz pero hace un rato él vino y ahora está colgada de un árbol, indecisa. Marina reacciona enojada, se ve cómo su discurso vira hacia un odio circunstancial que usa como escudo.

Entiende, cree que Juan Cruz no. Y viceversa. La pelota, a todo esto, se marea. Juan Cruz tiene un punto sólido, quiere saber quién mierda es. Pero Marina no tiene la culpa, y por eso nada a contracorriente.

Pasa el portero del edificio vecino y saluda sólo para sumar un personaje y dar cuenta nuevamente de la situación de vereda. En medias. Esto iba a ser rápido.

Él estaba apoyado en el auto cuando empezaron a hablar, después de saludarla, y ahora está parado más cerca de ella. No tan cerca como para un beso ni mucho menos. Eso difícilmente pase hoy. Marina encima un pie sobre otro, un pie sobre otro, como jugando al pan y queso en vertical.

"Tenés frío. Subamos, no entiendo esto", dice Juan Cruz mientras le mira las medias. Ella se mantiene firme y no, terminemos, decime que no querés estar conmigo de verdad. Que no soy la mujer con la que te ves en diez o veinte años. Decilo. Ya está.

Empieza a llorar. Él la consuela.

Marina no soporta sacarlo de su vida porque queda un agujero enorme. Y cada vez que se asome lo va a ver a él, porque no hay clavos de ese diámetro. Un chico que sea una columna necesita. Lo va a ver a él o peor, se va a ver a ella. Vulnerable, extrañando, releyendo y castigándose por cualquier cosa.

Juan Cruz la consuela y pasa sus manos para arriba y para abajo por su espalda en un intento inocente de brindarle calidez. Le dice que lo perdone aunque no cree que haya hecho nada mal. Pero ella llora y él no, y se están separando o se separaron, y entonces le pide perdón. Porque cierra, porque parece que es lo que corresponde.

Llevan mucho tiempo ahí. Se ve que las medias no son un buen cronómetro, igual Marina hace rato se olvidó de todas esas consignas que se dio en la charla técnica consigo misma minutos antes de bajar.

Juan Cruz le dice que por favor se suba, que ya no sabe cómo pedírselo, que hace mucho frío para que ella esté así. Parece que la quiere cuidar de verdad. Y ella quiere que la cuide pero no se deja porque para qué volver a abrirse así más no sea con esta pavada si la relación ya está terminando. Terminada.

Insistime, Juan Cruz. Insistime. Cuidame. No lo dice pero tiene muchas ganas de. El llanto y el final y todo eso la tienen aturdida.

Le pide que se suba al auto y se vaya. Le dice que lo quiere ver irse. Y quiere que él la vea plantada ahí, cagándose de frío hasta que los dos sean un puntito. Se lo pide en serio. Como si lo necesitara. Quizás lo necesita.

Tiene los pies hechos cubitos de hielo. Los dedos gordos acariciándose entre sí, sin consecuencia favorable alguna para el resto de su cuerpo que es básicamente todo su cuerpo.

Y es que bajar en medias no funcionó. No le dio ninguna ventaja. Es ahí, ahora, cuando descubre algo terrible que puede condenarla al realismo más extremo en los meses que se vienen: no todo sirve para algo.

Juan Cruz se va y probablemente le tome bastante tiempo encontrarse. Está, sin embargo, seguro de su decisión. Eso lo alivia. Prende la radio.

La pelota se pincha.

Mañana, Marina va a estar enferma. Sus amigas le van a decir que claro, que está somatizando. 


No saben que parte del plan frustrado fue bajar en medias. Que no importaba mucho cuánto durara, esto nunca iba a ser rápido.

viernes, 3 de julio de 2015

escribiendo...

Ella: Estoy muy cansada. ¿Puedo invitarte a mirarme dormir o eso sólo es encantador en las películas?
Él: Podés invitarme a mirarte hacer cualquier cosa. Si me das a elegir, que sea bañarte.
Ella: Pero eso sólo dura 10 minutos. ¿Vas a venir por 10 minutos?
Él: Podés darte un baño de inmersión.
Ella: Eso sí sólo pasa en las películas. Además, sabés, sólo tengo ducha.
Él: Sé. Bueno, si estás cansada nos vemos otro día, no pasa nada.
Ella: No, es que quiero verte, pero si salimos voy a bostezar cada 20 palabras y qué paja para los dos. Ay, no sé, debería haber llevado este dilema al grupo de mis amigas.
Él: Puede ser, pero acá estás, así que resolvamoslo nosotros.
Ella: Bueno, no, ya fue, reprogramamos, ¿no?
Él: ¿Sí?
Ella: Y sí, ¿no?
Él: Qué histéricas estamos hoy.
Ella: BUENO, EH. Es que estoy fundida.
Él: Tranqui, nos vemos otro día. Descansá.
Ella: No, pará.
Él: Paro.
Ella: ¿Tenemos que dejar de hablar? Ya, ya no me voy a quedar dormida.
Él: No, pero me dan más ganas de verte si hablamos y ya dijimos que otro día.
Ella: ¿Qué? ¿Cómo no salimos me freezás?
Él: Vos te das cuenta de que me tenés que gustar mucho para después de tanta vuelta no haberte mandado a la concha de tu hermana y tirado el celular por el inodoro, ¿no?
Ella: Perdón. Gracias. Vos también.
Él: No pasa nada. Me gustás mucho y tu hermana vive re lejos.
Él: Te propongo esto: voy un ratito, no me quedo para mirar cómo dormís pero me quedo hasta que. Llevo una película y paro en algún kiosko a comprar golosinas.
Él: Dije 'golosinas' que es como el 'abracadabra' a tu vida.
Ella: BIENVENIDO SEAS.
Él: Qué fácil que sos.
Ella: Eso lo sabemos hace rato.
Él: Bueno, ¿entonces sí?
Ella: Entonces sí, pero tengo un sólo requisito.
Él: Estás a tiempo de arrepentirte.
Él: Diga.
Ella: Una pavada, pero excluyente.
Él: A ver.
Ella: Bah, no, si no querés no, eh.
Él: Y SI NO ME DECÍS NO PUEDO DECIR NADA.
Ella: Bueno.
Él: ...
Él: Un minuto más de suspenso y en vez de golosinas te llevo cianuro.

Ella: Quedate. Te prometo que no me duermo antes que vos.