miércoles, 26 de febrero de 2014

Vos me amás por las razones equivocadas.

Me amás mal y se te nota en los abrazos. Soltás temprano, soltás con el abrazo crudo, con el abrazo verde. Yo sé que tenés ganas de amarme, pero no te sale. Me amás a veces. Me amás cuando te hago jugo de naranja con la cantidad de pulpa exacta como para que, ni esté grumoso, ni se sienta artificial. “Me gusta así” decís, “ni un hilito de sobra o de falta”.

Es como si me amaras por los aros que llevo puestos, o me amaras por un tatuaje que me hice cuando era chica, tonta, y quería saber qué se sentía tatuarse. Me amás así, en detalle, pero yo, el bloque que imanta todas esas cositas que amás, no te gusto.

Vos amás de mí lo que es fácil de idealizar. Amás que se me vean casi todos los dientes cuando sonrío, y mi labio superior. Sí, amás mi labio superior. Amás que sea apenas más grueso que el de abajo. Amás que en vez de comer un chocolate o tomar un vaso de leche antes de dormir, lea un cuento. Amás también que doble la ropa con una simetría envidiable. Amás circunstancias y ese es el problema. Porque ¿cuánto tiempo puede durar esto, aquello, eso otro? Llegará la noche en que me quede sin libros por leer y se me antoje algo dulce. Quizá sea hoy, esta noche. Quizá me acueste y me saque las perlitas para no volver a usarlas. Y me dé vuelta, te mire y te pregunte: ¿realmente me amás?


Te amo. Mucho. De pies a cabeza. Amo todo lo que sos a pesar de que trates de ocultarlo detrás de una sonrisa inmensa y voluptuosa, un tatuaje que prescribió hace años o jugos de naranja perdidos a medio camino.