lunes, 9 de abril de 2012

Que el árbol no tape el bosque.

Ema no lo deja ser.

Miguel  es arquitecto, un recién no tan recién recibido atrapado en un cuerpo que le es inhóspito. Ya medio avejentado, Miguel sin comerla ni beberla cayó en las garras de Ema. Relaciones enfermizas si las hay.

Todo lo que tenga nombre de mujer funciona por estos dos caminos de manera excluyente: o cataliza los sueños o los destruye. Porque las mujeres como Ema, como mi hermana, como las tantas hembras de mi papá y como yo, no tenemos medias tintas.

Irónicamente (tratándose de un arquitecto) Ema derrumbó los horizontes de Miguel, en los que se vislumbraban desde cúpulas de cristal, hasta medianeras de barrio con techos de chapa coloridos. Se alimentó de su juventud, de su dinámica, de su posibilidad de disfrutar a su hija al máximo. Pero que el árbol no tape el bosque: Ema no le sacó la voluntad.

Lo admirable de Miguel es que se aferró a su espíritu. Chistes malos? Uno tras otro. En un desvarío hermoso, que en la parla fluye como vientito de motocicleta, pero en la destreza la falla está desesperanzadamente expuesta.

La humanidad tiene una deuda muy grande con Miguel, porque no se merece lo que ella le hizo. Nadie se lo merece. A veces se lo ve pensativo mirando por la ventana, con un dejo de desolación. Es que día a día Ema conspira con drenar hasta la última gota de vivo que tiene. Y digo vivo de esencia, no de signos vitales. Porque así somos las mujeres. Pero no lo va a conseguir.

Ojalá pudieran firmar el divorcio, pienso yo.

Propongo que nos pongamos de pie. O mejor no, mejor sentémonos para aplaudir a Miguel, a las demás víctimas de Ema y de tantas otras hijas de puta que, quién sabe por qué siguen sueltas por ahí. 

Porque le cambió el paso por un par de ruedas que sólo se mueven si Miguel les da una mano. 
Pero que el árbol no tape el bosque: no le sacó las ganas de andar.

EMA = ESCLEROSIS MÚLTIPLE ARGENTINA.